A la entrada de la escuela rabínica de Mercaz Harav, un puesto de guardia que no estaba la semana pasada controla maletines, bolsas y mochilas de todo el que pasa. Más allá, sólo un coche de policía prudentemente aparcado a veinte metros y un minúsculo altar con una decena de velas y flores desmayadas recuerda que, el jueves por la noche, ocho alumnos murieron acribillados por un terrorista musulmán con ciudadanía israelí llegado del este de Jerusalén.
El equipo de psicólogos que acudió a asistir a los estudiantes poco después de que los cuerpos de sus compañeros fueran retirados de la biblioteca está haciendo bien su trabajo: cuando el domingo por la mañana se reanudaron las clases, algunos llegaron llorando y recitando salmos lúgubres. Entonces, los impactos de las balas todavía estaban impresos en las puertas, y en los suelos, los libros manchados con la sangre de las víctimas.
La entereza es absoluta. «Él es nuestra única seguridad, -explica convencido Gidi, de Segundo grado, refiriéndose a Dios, pero sin nombrarlo-, ningún judío va a dejar esta yeshivá por este atentado, si te marchas... ganan ellos. Además, no hay lugar donde esconderse. Ahora lo que necesitamos es reforzarnos en el camino de la Torah».
La impresión de las autoridades del centro es el pistolero no era consciente del emblemático carácter de esta escuela.
Fuente: ABC