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UNA LUZ EN LA OSCURIDAD. Hablando de heroínas, viene a mi mente un nombre...

Hanna Szenes, 1921-1944

Hay estrellas cuyo resplandor es visible desde la tierra, aunque hayan desaparecido hace mucho tiempo. Hay personas cuyo brillo continúa iluminando el mundo aunque hayan dejado de existir hace mucho tiempo. Ese resplandor es especialmente luminoso cuando la noche es oscura. Ellas iluminan el camino para la humanidad (de un texto de Hanna).




Hanna hubiera tenido por estos días 86 años. Vivió solamente 23.

Hanna nació en 1921 en Budapest en el seno de una familia bastante asimilada de clase media, en la época en que los judíos disfrutaban de plena libertad y de todos los derechos civiles. Su padre, Bela Szenes, fue un reconocido periodista, poeta y dramaturgo que falleció cuando Hanna tenía seis años de edad, dejándole una rica tradición. Ella, a su vez, escribia poesía y a la edad de 13 años comenzó un diario que continuó hasta su muerte.

Hanna y su hermano fueron criados por la madre, Katalina
.

Hanna fue inscripta en un colegio privado protestante, que admitía a católicos y judíos. Como estudiante destacada, en el año 1937 fue elegida para encabezar la sociedad literaria pero no pudo ejercer el cargo debido al creciente sentimiento antisemita. A causa de esto, le ofrecieron convertirse al cristianismo o permanecer como judía en Hungría, donde el antijudaísmo era mayor día a día.

Fue su primer choque personal con el antisemitismo. A raíz de este hecho se volvió Sionista, siendo prácticamente la única en su ambiente y en su época. Así escribió Hanna en su diario el 17 de octubre de 1938: "ahora soy Sionista, lo cual no está de moda aquí cuando los dirigentes de las Comunidades judías efectuaron juramento de fidelidad a los gobernantes húngaros nazis quienes trajeron las leyes antijudías, imitando a Hitler, su socio".



Su meta, desde entonces, era hacer Aliá. Dedicó todo su tiempo y energía para lograr su sueño. Estudió hebreo y cuatro días después de cumplir los 18 años recibió el certificado y permiso de emigración. A Hanna no le importaba que tuviera que viajar sola. En su diario, escribe: "Para mí ahora lo más importante es la Aliá".

El 19 de septiembre de 1939 llegó a Palestina, ocho días antes de que los alemanes se tragaran a Polonia. El día 23, escribe: "Estoy en Nahalal; estoy en Eretz Israel; estoy en casa. Actué correctamente, actué siguiendo mi meta, mi sueño, quiero ser útil aquí, no sólo vegetar".
En el fondo, Hanna era una muchacha feliz, a pesar de que al principio su trabajo era monótono en la cocina, lavandería o los frutales de Emek Ezrael. Sus preocupaciones eran su hermano Gyuri, quien estudiaba en París y naturalmente su madre en Budapest; ambos habían quedado en un mar de antisemitismo. Después de dos años de perfeccionamiento del idioma, varios Kibutzim ofrecieron a Hanna su incorporación. Luego de descartar a varios, eligió a Sdot Yam conjuntamente con un grupo de jóvenes Jalutzim, en Cesarea, cerca del antiguo puerto romano a la orilla del mar.

Ahí se inspiró para escribir "camino a Cesaria"

Que no se acabe nunca
La arena y el mar
El rumor de las olas
El relámpago en el cielo
La plegaria del hombre
La arena y el mar



El 13 de noviembre de 1941, escribió: "Rechazo la idea de entrar a un Kibutz, donde ya todo está realizado y sólo queda aprovechar los frutos del sacrificio de los demás. Quiero ir a un lugar donde haya que hacer todo desde el principio." No tuvo motivos de queja, ni cargos de conciencia, ya que durante los años siguientes la ocuparon levantando el nuevo Kibutz. Trabajando 12 a 14 horas diarias absorbieron todo su tiempo y energía. Un día de descanso, leyendo el diario vio las noticias bélicas de Europa y las atrocidades cometidas contra los judíos. Pensó que ella estaba perdiendo el tiempo inútilmente. Sintió la necesidad de hacer algo distinto, algo para ayudar al judaísmo europeo. Pensó en enrolarse en el ejército inglés o al Palmaj, la fuerza de defensa secreta de Israel.

Hacia 1942, el mundo empezaba a enterarse acerca del Holocausto que estaba ocurriendo en Alemania y donde cientos de miles de judíos eran asesinados cada día. Preocupada por su familia y por lo que estaba sucediendo, Hanna decidió regresar a Hungría y poco después se alistó en el ejército británico.



El 3 de enero de 1943, escribió en su diario: "Nació en mi un pensamiento nuevo, tengo que volver a Hungría para organizar la Aliá juvenil y traer a mi madre también". Seis semanas después se enteró que el Palmaj planeaba una acción idéntica a la que ella había pensado. Se entrenó durante un año, hasta que pudo viajar a Egipto con el uniforme inglés. Un día antes de su partida se encontró con su hermano Gyuri en Haifa, quien había llegado ese día. Se había formado un grupo de paracaidistas compuesto por 31 hombres y ella. A principios de marzo llegaron a la parte libre de Italia; de allí a la Yugoslavia dominada por los nazis. Hanna siempre quiso ser la primera y lo era. A una semana de su encuentro con los partisanos se enteraron que los alemanes habían ocupado Hungría y desde ese momento Hanna vivió fuera de si. Los ingleses los habían capacitado para prestar ayuda a los pilotos cuyos aviones habían sido derribados pero ellos consideraban que su misión era otra: la de salvar a un millón de judíos de Hungría.

Tres largos meses pasó Hanna entre los partisanos y durante este tiempo, más de medio millón de judíos fueron deportados y gran parte de ellos masacrados. El carácter de Hanna cambió totalmente. Sus ojos perdieron el brillo y nadie más la oyó cantar y cuando se dio cuenta de que los partisanos no tenían intenciones de arriesgarse por ellos, resolvió partir diciendo: "Es mejor morir y estar en paz con nuestra conciencia, que volver a Israel sin intentar siquiera llevar a cabo nuestro deber". El 7 de junio cruzó la frontera a pie pero no fue guiada por conocedores del terreno sino por dos muchachos judíos y un prisionero de guerra francés. Todo le salió mal; a los dos muchachos los atraparon pronto; uno de ellos se suicidó y al otro lo torturaron y de esta manera llegaron a Hanna y al francés. Allí comenzó el infierno para Hanna: preguntas y torturas, torturas y preguntas y Hanna mantenía el silencio. La llevaron a Budapest y en el trayecto intentó saltar del tren, pero fracasó. Durante los días siguientes la golpearon constantemente y lo único que salió de su boca fue su nombre y su número de enrolamiento y sangre. El día más terrible que le tocó vivir fue el 17 de junio, día en que citaron a su madre Katalina con el pretexto de una averiguación de rutina.



En la comandancia militar le preguntaton por sus hijos a lo cual ella constestó que gracias a Dios estaban en un lugar seguro en Palestina. Le preguntaron si estaba segura de que su hija Hanna estaba en Palestina. Estaba segura, contestó intrigada. El militar pulsó un timbre y entre cuatro guardianes trajeron a Hanna Szenes. Cinco años habían pasado desde su despedida; Katalina apenas reconoció a su hija, ya que su cara estaba deformada por los golpes. Hanna y Katalina se abrazaron y su madre le preguntó: "Porqué, porqué" al igual que a sus torturadores. Tuvieron la esperanza de que la influencia materna cambiaría la tozudes de Hanna y revelara el nombre y escondite de sus compañeros y de la radio. Katalina así recordaba este encuentro: "No tenía la más mínima idea de lo sucedido; no podía imaginarme a Hanna siempre pacifista, peleando su guerra. Tampoco sabía que había soldados mujeres, pero que de una cosa estaba segura: si Hanna eligió ese camino, el camino elegido por ella era el correcto. Yo no deseaba influenciarla en ningún otro sentido". Katalina quedó detenida en la prisión. En cierto sentido ellas estaban más seguras en la cárcel, mientras los demás judíos de Budapest sufrían las atrocidades de las hordas nazis.

Hanna fue tratada como soldado inglés prisionera de guerra. Con su simpatía ganó la amistad de los demás prisioneros, inclusive de un guardiacárceles brutal que llegó a tratarla bien. A Katalina le enseñó el hebreo y fabricó muñecos para los pequeños cuyas madres estaban presas. No perdió la ocasión de atosigar a sus torturadores diciéndoles que la guerra estaba perdida para ellos. En setiembre liberaron a su madre, haciéndole saber que a Hanna la iban a juzgar por traición a la patria. El juicio se llevó a cabo el 28 de octubre. Durante el mismo, Hanna acusó al régimen húngaro de vender a su patria y a los judíos a los alemanes. "Ustedes, con su odio, borraron mi nacionalidad. Me fui para construir una Patria, una verdadera Patria Judía. Ustedes se unieron a nuestros enemigos, los alemanes, por lo tanto, también Uds. son mis enemigos. Ustedes han atacado y matado a mi Pueblo. No soy yo la vende-patria sino que Uds. trajeron la desgracia a nosotros y a Uds. mismos", dijo a los jueces militares, entre ellos un capitán llamado Simón. La opinión de los jueces era dividida y el juicio fue postergado por 8 días. El 7 de noviembre, el capitán Simón entró en la celda de Hanna y le dijo que su condena era la pena de muerte. Le dieron una hora para pedir clemencia; pero todo era una farsa. Hanna no era una persona que pidiera clemencia a sus verdugos. Escribió varias cartas de despedida. A su madre le pidió perdón por el inmenso dolor causado. Luego la llevaron a un patio y la ataron a un poste. Simón quiso atar una venda a sus ojos pero ella la rechazó con asco. Larga y tranquilamente miró la muerte de frente, con 23 años recién cumplidos. Durante los momentos de su ejecución, Katalina estaba buscando a Simón en su oficina donde tuvo que esperar varias horas. Cuando por fin apareció, callado e intranquilo le confesó que Hanna había sido ejecutada. Tuvo que reconocer que Hanna se portó con valentía; en verdad, estaba orgullosa de su judaísmo. Katalina sobrevivió al terror fascista y al terminar la guerra se reunió con su hijo Gyuri en Haifa. En 1950 los restos de Hanna Szenes fueron trasladados al monte Hertzl donde recibieron sepultura definitiva, como heroína del Estado y Pueblo de Israel y erigieron un monumento perpetuando su memoria.

En su diario encontraron escrita la siguiente máxima: "La oscuridad total no es capaz de apagar una sola vela; pero una sola vela es capaz de iluminar la oscuridad total". La vida de Hanna era una vela así. En el último día en el patíbulo escribió: "Uno ...dos ...tres ...ocho es el largo: con dos pasos mido el ancho. Aposté ... perdí; el precio es la muerte."

El diario de Hannah Szenes fue publicado en hebreo en 1946. El 5 de noviembre de 1993, su familia recibió una copia del informe del ejército húngaro exonerándola de los cargos de traición.

Bendito el fósforo que irremediablemente se consumió
Pero con su llama alcanzó para encender llamaradas (Hanna Szenes).




 
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