Este año se celebra el 60º aniversario del Estado de Israel, o más bien del "moderno y democrático" Estado de Israel, como acaba de decir el presidente Sarkozy, porque antes de la ocupación romana ya existieron los reinos de Judea y de Israel, luego vino la ocupación otomana, luego el "protectorado" británico y, al fin, la ONU decidió la creación de dos estados: Israel y un Estado árabe o palestino. Todo esto, resumido a vuelapluma, no impide que en 1948, después del gigantesco escándalo mundial que produjo el descubrimiento de la Shoa, la vieja reivindicación sionista de un Estado para los judíos, en su tierra, fuera aceptada por lo que se califica de "comunidad internacional".
Sin embargo, al mismo tiempo que la ONU aceptaba la vieja reivindicación sionista, proponía también la creación de un estado palestino y soñaba que los dos estados que se repartían el mismo territorio vivieran juntos en armonía y solidaridad. Los países árabes no lo aceptaron nunca, no aceptaron ni un estado judío ni un estado palestino y le declararon la guerra, una guerra que aún perdura. Israel es un país en guerra desde hace 60 años. Son muchos años.
Simón Peres (Pérez en portugués), presidente de Israel, está de visita oficial en Francia estos días. Se le recibe tan discreta como amablemente; nada que ver a cómo se le recibió al pirata Gadafí, por ejemplo. Este veterano de la guerra de 1948, de la guerra que no cesa, viejo zorro de la política y de la diplomacia, que habla francés y se considera "amigo de Francia", ha declarado estos días en París que Francia había sido siempre el mejor aliado de Israel.
Esta cortés y clásica mentira diplomática fue sin embargo cierta al principio, desde el nacimiento de Israel a la vuelta al poder del general De Gaulle, en 1959. Si la URSS, y sus satélites (Checoslovaquia, concretamente) ayudaron a las organizaciones sionistas en su lucha contre el Imperio británico, a partir de la creación del Estado de Israel se pusieron a ayudar, masiva y militarmente, a los países árabes que querían destruirlo, y sobre todo a Egipto, Irak y Siria, países nacionalsocialistas, muy "amigos" de la URSS, que seguía siendo nacionalcomunista.
Mañana, los dos presidentes, Sarkozy y Peres, van a inaugurar juntos el Salon du Livre, cuyo país invitado este año es precisamente Israel, lo cual ha desencadenado una gigantesca campaña antisemita de los países árabes, su prensa, sus intelectuales, sus uniones de escritores de corte soviético, etc. Nadie que sepa que el antisemitismo es algo así como una religión de estado en los países árabes podría extrañarse de ello. Otra cosa es la reacción del sindicato de los editores franceses, organizador de este Salón, que me parece lamentable. En vez de decir que invitaban a Israel porque les daba la realísima gana, han balbuceado que no invitan a Israel sino a la literatura israelí, que es muy novedosa, variada y dinámica. Y subrayan que Amos Oz, y David Grossman, buenos escritores, invitados, son críticos con la política de su Gobierno. Como si ser críticos con la política de un Gobierno impida el patriotismo. Son mariconadas galas, y sólo queda esperar que los servicios e seguridad descubran la bomba antes de que estalle.
Fuente: Libertad Digital