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Un tronco seco que dio vida



Un tronco permitió que un joven no fuera asesinado cuando escapó de Auschwitz. Sesenta y dos años después, comenzó una aventura para encontrarlo.

Un sobreviviente del campo nazi de Auschwitz de 83 años cumplió esta semana su sueño: donar al Museo del Holocausto, o Yad Vashem, el tronco muerto que le salvó la vida durante la II Guerra Mundial.

Y lo logró tras buscar durante seis décadas ese viejo trozo de madera –en el que se escondía de los soldados alemanes que lo perseguían, hasta encontrarlo para entregarlo a la institución que ha sido galardonada este año con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia.

La historia se remonta a la juventud del protagonista, Yaacov Zylberstein, cuando fue deportado con su familia a Auschwitz, en cuyas cámaras de gas murieron sus padres y cinco hermanas. En 1945 huyó junto a otros tres reclusos poco antes de la rendición de Alemania a las fuerzas aliadas.

La huida la emprendieron el 18 de enero de ese año. “Después de andar dos días y dos noches, al llevarnos (los carceleros) a un tren de vagones para el transporte de madera y materiales de construcción”, recordó Zylberstein. Los cuatro se refugiaron en la casa de Yana Sodova, una mujer que residía con una hija de tres años y una asistente en la aldea de Schunichl, en suelo polaco, pero cercana a territorio checo.

Tras seis semanas, los tres compañeros de huida de Zylberstein intentaron sumarse a la resistencia, pero fueron capturados y fusilados; él, entretanto, optó por quedarse en la casa.

Fue entonces cuando un conejo le dio la idea que le salvó la vida; vio cómo el animal se escondía en un tronco cercano a la casa y se le ocurrió hacer lo mismo para ocultarse durante las inspecciones de los soldados que merodeaban en la zona.

Con un cuchillo de cocina cortó la corteza del añoso árbol para poder introducirse. “Quise meter mi cabeza pero la abertura del tronco era pequeña. Entonces pedí un cuchillo de cocina y con él la fui agrandando lentamente hasta conseguirlo”, relata.

Desde entonces, recurría a esa estratagema cada vez que se aproximaban los militares nazis que lo perseguían.

“Una noche llegaron a la casa donde me refugiaba y pasé nueve horas encogido dentro del tronco. La mujer que me dio protección les dijo que no había extraños en su hogar”, relató.

“La verdad, tenía mucho miedo dentro del tronco; me asaltaba el temor de que los soldados me descubriesen y lo incendiaran conmigo adentro, o que lo cortaran con una sierra”, agregó.

Una vez concluida la guerra, Zylberstein se estableció en la ciudad alemana de Stuttgart con una tienda de joyas y relojes; allí formó una familia y en 1958 emigró a Israel.

En busca de un recuerdo.
Pero regresó al área donde se había refugiado en unas 15 ocasiones para intentar localizar el tronco salvador. No recordaba el nombre de la aldea para buscar el tronco, y tampoco el de la señora Sodova, ya fallecida, aunque por su hija supo que la casa había sido vendida y que el nuevo propietario había construido otra nueva.

También averiguó que el actual dueño había conservado el tronco e iba a emplearlo para hacer una mesa en el jardín; entró en contacto con él, y ofreció comprárselo. “Por lo que usted desee”, le dijo.

“Cuando le expliqué el significado que tenía para mí, el hombre, sin dudarlo un instante, me dijo: puede llevárselo, es suyo”.

“Cómo no emocionarme, estoy preso de una confusión de sentimientos. Gracias a este tronco, mi guarida durante los últimos tres meses de la guerra, estoy aquí hoy”, declaró el anciano al recordar toda su aventura en el discurso que pronunció durante la entrega del viejo árbol al Yad Vashem.

En el acto lo acompañaron Frantzizek Kriazek, un periodista checo que lo ayudó a encontrar el tronco, y Ana, la hija de su protectora, Yana Sodova, cuyo nombre ha quedado inscripto en la lista que en la institución figura con el título de “Justos de la Humanidad”, europeos no judíos que arriesgaron su vida para salvar a los perseguidos durante la barbarie.

Fuente: EFE


 
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