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Del holocausto a la final de Moscú



Meir Grant perdió su fe en Dios cuando sus padres y cinco hermanas y hermanos murieron de hambre y frío en Rusia, huyendo de los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial. Él y otro hermano que sobrevivió enterraron a los siete con sus propias manos en la helada estepa siberiana. Meir tenía 15 años. Al finalizar la guerra, volvió a Polonia, su país natal, y de ahí emigró a Israel, donde se casó y, en 1953, tuvo un hijo al que llamó Avram en homenaje a su padre. Jamás se podría haber imaginado el abuelo Avram, mientras contemplaba la aniquilación en cámara lenta de su familia, el destino que esperaría a su nieto tocayo, el actual entrenador del Chelsea.

Su equipo, que le ha hecho famoso y admirado en todo el mundo, competirá en la final de la Liga de Campeones dentro de diez días y hoy mismo disputa el campeonato inglés, en ambos casos contra el Manchester United. Ambos equipos están igualados en puntos, pero el goal average del Chelsea es muy inferior, con lo cual el Manchester sólo tiene que ganar lo que será el último partido de la temporada, contra el Wigan, para llevarse el trofeo. Pero en la Champions nadie apostaría con convicción contra el Chelsea, que derrotó al Manchester hace un par de semanas en la Liga.

Lo sorprendente del caso es que, cuando Grant sustituyó en septiembre al poco querido pero brillante José Mourinho, todo el mundo futbolero (y esta columna no se excluye) supuso que la era gloriosa del Chelsea había concluido. Grant tenía menos experiencia que Pep Guardiola como entrenador de un equipo de primera fila. Lo extraordinario del caso (y lo que da razones para pensar que el escepticismo sobre el nombramiento de Guardiola quizá no esté justificado) es que, tras sólo ocho meses en el cargo, ha logrado lo mismo esta temporada que Alex Ferguson, entrenador del Manchester, en 22.

Grant, es verdad, heredó el equipo que había creado Mourinho, pero, si se tiene en cuenta que el trabajo de un entrenador a este nivel es fundamentalmente psicológico, que consiste ante todo en mantener la motivación de sus jugadores, lo que ha logrado el israelí desde la nada (o menos de la nada porque al principio los jugadores le menospreciaban abiertamente) no tiene precedentes. Sólo había que ver la hambrienta pasión con la que el Chelsea venció al Liverpool en las semifinales de la Champions para comprender que Grant posee la fórmula mágica que distingue a los grandes entrenadores, la que el escocés Ferguson, el del inagotable deseo ganador, ha patentado.

Lo que convierte la hazaña de Grant en una clásica película de Hollywood es que el escenario de lo que podría ser el día más importante de su vida será, de todos los países posibles, Rusia. El recuerdo del horror que vivieron en ese país sus abuelos y sus tíos le pesa y continúa definiendo su vida. Por eso se arrodilló y apoyó la frente en el césped tras el pitido final del partido con el Liverpool y por eso el día siguiente viajó a Polonia a conmemorar el Día del Holocausto en Auschwitz.

Grant sólo se enteró de la tragedia familiar en la adolescencia. Su padre ya no podía seguir ocultándole la verdad porque, noche tras noche, tenía pesadillas y se despertaba gritando.



Meir, que tiene 80 años, dijo en una entrevista a un diario israelí en febrero que el secreto de la vida consiste en no perder el optimismo. Su familia lo define como un hombre alegre. Su hijo, en cambio, no lo es. En público al menos, Grant es lúgubre, como si estuviera consumido por una permanente melancolía. Pero, si gana en Moscú, los gritos de su padre, esta vez de orgullo y júbilo, le convertirán en el hombre más feliz del mundo.

Fuente: El Pais


 
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