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Sobre la comparacion de Israel con los nazis, por Yosef Levi-Sfari, Cónsul Portavoz de la Embajada de Israel en Uruguay



La crítica a Israel o a sus políticas es completamente legítima. Es más, Israel es uno de los países en los que la polémica y la confrontación de ideas por parte de la prensa y la opinión pública están más arraigados, al punto que criticar ácidamente al gobierno de turno, sea cual fuere su signo político, hacer rodar cabezas, y “sacrificar vacas sagradas” como solemos decir en Israel, llega casi al grado de deporte nacional.

Valga entonces la aclaración: no tenemos problema alguno con las críticas, y estamos dispuestos a explicarlas una a una e ir respondiéndolas sin esquivarle al meollo del asunto. El Estado de Israel no está exento de equivocaciones ni de yerros, enfrentándonos como lo hacemos desde los albores de nuestra existencia con una realidad súmamente compleja. Nuestro país crece y se desarrolla a pesar de un conflicto crónico, y está constantemente dispuesto a escuchar voces distintas con ideas sobre cómo manejar dicho conflicto –que, digámoslo claramente, sólo para Israel es vital y existencial– de la mejor manera posible, con el menor número posible de afectados, damnificados y víctimas, propias y ajenas.

Pero también están quienes pecan de miopía y observan por voluntad propia al conflicto con una mirada estrecha y falta de perspectiva, como equino con anteojeras, y que despiertan puntual e infaliblemente a la hora exacta en que el caldero rebalsa –ni un minuto antes– declamando de memoria la cantilena de que Israel es el único villano de la película, y compitiendo entre sí como infantes quién de ellos se llevará la palma enhebrando la mayor cantidad de epítetos, de eslogans, de lugares comunes, de insultos gratuitos, de clichés, de bajezas, de frases hechas, de viejas consignas y de comparaciones descabelladas, copiando y pegando viejos textos y desempolvando pancartas confeccionadas para alguna crisis anterior.

El ejemplo más extremo de dicho fenómeno, lo constituye la comparación de los actos de gobierno, de defensa o de guerra del Estado de Israel, con el horror de los crímenes perpetrados por los nazis. El paralelismo entre ambos, indispensable aclararlo en primer lugar, ha sido formalmente tachado de antisemitismo por la Agencia Europea de Derechos Fundamentales, organismo de la Unión Europea. Dicha organización emitió hace unos años un documento, en el que establece que determinadas críticas al Estado de Israel, sus gobiernos o políticas, no son sino claras expresiones de neoantisemitismo, convenientemente camufladas en esta época de corrección política como un supuesto “antisionismo”. Entre ellas menciona la comparación entre las acciones israelíes y los crímenes nazis; la negación del derecho a la autodeterminación del pueblo judío, al acusar a Israel de racismo; o la aplicación de doble rasero, pretendiendo de Israel lo que no se demanda ni se exige de ningún otro país en el mundo. Lo dicho: la Unión Europea considera a expresiones de dicho tenor, cada una de ellas, como antisemitas.

Si de crítica constructiva o de argumentación sólida se tratase, nuestros detractores se expresarían sin ninguna necesidad de echar mano a comparaciones con el delito más vil cometido en la historia de la Humanidad: tal paralelismo sería en dicho caso completamente contraproducente, al crear en el oyente un antagonismo inmediato, y terminaría por debilitar irremediablemente al mejor de los argumentos. Es que no se trata de crítica constructiva: se trata de una táctica mendaz, destinada a destruir el más mínimo denominador común y rehuir así toda posibilidad de debate coherente o de valor alguno, método cuya única finalidad es la de demonizar al Estado de Israel por motivos ideológicos.

Recordemos a los que osan acudir a la comparación con los crímenes de la Alemania hitleriana –ya que parecen adolecer de un grave problema de amnesia selectiva, aún si entre los mismos hay quienes por su edad podrían haber sido personalmente víctimas o testigos de la barbarie nazi– los hechos descarnados: el régimen nazi (elegido democráticamente en unas elecciones populares, al igual que el régimen de Hamás) se puso como meta el exterminio cuidadosamente premeditado, planificado y sistemático del pueblo judío de la faz de la tierra, hasta el último de nosotros. Hitler pretendió apoderarse de toda Europa camino de la conquista del mundo, en tanto sus planes satánicos se saldaron con decenas de millones de muertos en sólo 6 años, seis millones de ellos judíos inocentes, masacrados industrialmente, asfixiados en cámaras de gas, asesinados en fusilamientos masivos de familias, aldeas y ciudades enteras, quemados vivos, dejados a su suerte hasta morir de inanición, hacinamiento o enfermedades; muertos durante experimentos médicos, torturados sádicamente, todo ello hasta exterminar con esos y otros métodos una tercera parte del pueblo judío. Resulta tristemente irónico que, de haberse los nazis salido con la suya hasta las últimas consecuencias, algunos de los propios maldicientes no serían hoy más que un puñado de cenizas esparcido por alguno de los campos de exterminio. Sus invectivas contra Israel no los hubiesen exonerado del pecado de ser judíos, ni salvado de la suerte del resto de sus hermanos. Cabe a esta altura la pregunta: ¿Por qué es sólo Israel el blanco de sus diatribas? ¿Alguien los ha escuchado vociferar contra la limpieza étnica cometida en la provincia de Darfur en Sudán, con más de medio millón de víctimas hasta hoy? ¿Elevaron nuestros criticones sus voces al cielo, comparando las ejecuciones públicas de homosexuales en Irán por sólo serlo, con la matanza de homosexuales identificados por un triángulo rosa a manos de los nazis? Tampoco el grupo terrorista Hamás, que ganó en primer lugar las elecciones legislativas en Gaza y luego derrocó cruentamente al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Abu Mazen, apoderándose violentamente del poder de la Franja, motivó que los críticos de Israel despertaran de su voluntario letargo, a pesar de que exactamente de la misma manera fue que los nazis se apropiaron del poder, en la Alemania de 1933.

Es el mismo Hamás que instauró en Gaza una dictadura totalitaria confesional inspirada y fomentada por Irán, que prohibe toda crítica y el menor atisbo de disenso. Es una tiranía fundamentalista, que liquidó a sus contrincantes arrojándolos al vacío desde los edificios más altos de Gaza, para inspirar terror; y que instauró el imperio de la ley islámica, por cuyo mandato son cortadas las manos de los ladrones, castrados los violadores y ejecutado todo “traidor” al camino del fanatismo. Es el mismo Hamás que adoctrina a los niños de Gaza en el culto a la muerte desde la más tierna edad, inculcándoles un odio ciego contra Israel que les permita reclutarlos fácilmente como carne de cañón en atentados suicidas, o como escudos humanos. A pesar de todo eso, Hamás nunca tuvo el dudoso honor de ser comparado con el régimen nazi.

Y con toda razón. Porque a pesar de ser un enemigo jurado y declarado del Estado de Israel, y de avasallar los derechos fundamentales de su propia población civil y de la israelí, y de sus deleznables actos terroristas, Hamás no se aproxima siquiera remotamente a la barbarie nazi, la más estrepitosa bancarrota moral a la que haya llegado jamás el género humano: la constitución de fábricas industrializadas, perfectamente organizadas, por cuyas líneas de producción ingresaban hombres, mujeres y niños judíos, y salían convertidos en cadáveres, los que una vez arrancados sus dientes de oro, aprovechados sus cabellos para rellenar colchones y su grasa para fabricar jabón, eran reducidos a cenizas. El propio Hamás, aún siendo acérrimo enemigo que niega el derecho a la existencia del Estado de Israel, no pretende el exterminio sistemático de sus ciudadanos, sino que llama “sólo” a la destrucción del país como entidad política y soberana. No dejemos de decir lo que cae de maduro: la comparación del Estado de Israel con el nazismo, es una variante particularmente despreciable del negacionismo de la Shoá, y una brutal falta de respeto por las víctimas de la barbarie nazi, incluyendo los sobrevivientes que aún están con nosotros.

La comparación de Israel con los nazis, pauperiza el debate de ideas, al nivel más pueril posible: el del golpe bajo, el de atacar al objetivo cualquiera sea el precio, el de la calumnia y la injuria. Es una forma de antisemitismo rabioso, porque no pretende en modo alguno venir en defensa de los palestinos –en su mayor parte moderados, laicos y deseosos de alcanzar la paz, y que aborrecen de Hamás y su política de sangre y fuego no menos que nosotros–, sino que viene sólo a atacar al Estado judío. Por esa misma razón, la filípica es siempre lanzada en el momento mismo en que Israel reacciona a la agresión de turno en su contra, y nunca un minuto antes, cuando Israel es atacado, descontextualizando sus motivos, tergiversando falazmente dichos y hechos, trastrocando manipulativamente causas por consecuencias y viceversa. Todo método dialéctico vale cuando de atacar a Israel se trata, y para eso el neoantisemita va siempre dispuesto a revolver en la herida que jamás cicatrizará: el carísimo recuerdo por los 6 millones de nuestros padres y abuelos asesinados por el mero hecho de ser judíos.

No sería posible concluir estos conceptos, sin dirigirnos a los miembros de nuestro propio pueblo que prestan con tanta facilidad su pluma a la banalización de la Shoá. A ellos –como a los otros– los invitamos: siéntanse con libertad de criticar a Israel, que no está exenta de errores ni inmune a la opinión adversa. Pero anímense a hacerlo seriamente, sumando valor agregado al debate, con argumentos que ilustren los acontecimientos. Analicen la complejidad de la situación, interésense por los hechos (por TODOS los hechos), practiquen el ejercicio de ponerse en lugar de los demás –de TODOS los demás–, luego de lo cual ofrezcan alternativas, sugieran posibles soluciones, los invitamos incluso a visitar el lugar de los acontecimientos (de TODOS los acontecimientos). En síntesis, intenten practicar la crítica constructiva; nosotros por nuestra parte, trataremos de dar respuestas a cada uno de sus alegatos e interrogantes. Las comparaciones con el nazismo, un fenómeno sin parangón, son por definición imposibles, y hablan más de quien las emplea que de sus supuestos objetos. Por favor, dejen la memoria de la Shoá en paz.

Fuente: Portal de Montevideo

 
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