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Del fin de los morteros al fin de la Nakba, por Gustavo D. Perednik



La victoria israelí sobre el islamismo del Hamás, deberá seguir por un cambio de conciencia colectiva sobre el Estado judío.

Muy ilustrativo es el hecho de que, tres días antes de que Israel lanzara el actual operativo Plomo Sólido contra el régimen de Hamás en Gaza, el Consejo Legislativo de la agrupación islamista aprobó (24-12-08) la imposición de disposiciones coránicas como la amputación de manos a quienes robaren, cuarenta latigazos a quienes consumieren alcohol (con el agregado de tres meses de prisión si el consumo fuera público), y la pena de muerte para los homosexuales y para quienes «debiliten el espíritu de resistencia del pueblo», categoría ésta en la que cabe todo aquél que no pluguiere al imán de turno. Tales medidas se tomaron casi sin que los medios europeos las dieran a conocer.

Israel, que padecía al Hamás clavado como una cuña en su frontera meridional, decidió finalmente poner punto final a los ataques de morteros que por años padeció la población israelí. Cuatro mil obuses se lanzaron desde 2001 contra los habitantes del Sur israelí. Desde agosto de 2005 (cuando la minúscula población israelita de Gaza fuera evacuada contra su voluntad) los ataques se multiplicaron por cinco. Sólo durante la supuesta «tregua» de 2008, Israel fue objeto de «nada más que» 215 misiles del Hamás.

Si bien es sabido que la agresión antiisraelí casi no despierta condenas europeas, podría esperarse, por lo menos, que la teocracia que Hamás implantó desde que se apoderó de Gaza por la fuerza (15-6-07) generara el rechazo del «progresismo» de los medios.

Ni siquiera lo generó el ya proverbial asesinato de homosexuales. En Inglaterra, el canal 4 de televisión cedió su espacio para que el gran asesino brindara un mensaje navideño, y en España, semanas atrás, el diario El País, mundialmente famoso por su obsesión antisionista, publicó (4-12-08, página 37) un mapa de los países con los diversos grados de homofobia en el mundo.

En el plano se ve que en Canadá, España, Gran Bretaña, Sudáfrica y Escandinavia el matrimonio homosexual es legal, y que México, Australia, Italia y otros promulgaron leyes contra la discriminación. Bajo color marrón se muestran los Estados que castigan la homosexualidad con penas que van desde la prisión (todos los países árabes) hasta la pena de muerte (Arabia Saudí, Irán, y Sudán).

Lo notable es que en el mapa no aparecen los nombres de estos tres regímenes represores (a los que acababa de unírseles Gaza bajo el Hamás), pese a que el enorme tamaño de sus territorios permitiría perfectamente mencionarlos explícitamente. Que la omisión no es por falta de lugar se ve en que, en contraste, sí aparecen los nombres de países minúsculos como Seychelles, Madivas o Mauricio, y se detallan todas las islas del Caribe. Más aún, en el caso de Chipre el cartógrafo se preocupó en mostrar cada una de las dos partes de la isla (en la zona turca se ve la pena de prisión).

Pero su precisión se desvaneció con Irán, no mencionado en el mapa, ya que esta verdad podría herir las sensibilidades de los islamistas (las únicas por las que parecen velar ciertos sectores). Y, previsiblemente, el otro gran omitido fue Israel, que en el mapa aparece mendazmente coloreado como represor. Este engaño refleja la realidad mediática que sufrimos: sobre Irán se tergiversa por omisión, y sobre Israel por aseveración.

En la misma edición de ese diario (páginas 8 y 9), también miente su enviado Juan Miguel Muñoz. En un artículo titulado «El laborismo israelí se hunde» insinúa que Moshé Dayán, en 1977, no aceptó formar parte del gobierno del Likud liderado por Menajem Beguin. La verdad es que Dayán sí formó parte de ese gobierno, el que logró la (no mencionada) paz con Egipto hace tres décadas.

Sin aportar ninguna cifra comparativa con otros países, Muñoz describe a un Israel donde «un tercio de los niños son pobres, y la brecha de la desigualdad alcanza las cotas más elevadas del mundo industrializado» (para enterarse de que la brecha entre ricos y pobres es, en Israel, de las más pequeñas, bastará con fijarse en la cantidad y el poder de los millonarios en cualquiera de los países de Europa Occidental, incluido el del mismo Muñoz, especialista en revisar la paja en el ojo ajeno).

Para adoctrinar más que informar, el periodista se remite, como es habitual, a consultar en Israel exclusivamente a ultraizquierdistas trasnochados e irrepresentativos, para luego explicar que «las negociaciones de Camp David con los palestinos fracasaron… y estalló la segunda Intifada». El motivo del fracaso no es recordado porque sería un detalle perturbador: la pérfida intransigencia del liderazgo palestino que arrojó a su pueblo a interminables baños de sangre. Esa intransigencia es, precisamente, lo que la prensa usualmente soslaya.

Con todo, mientras la actual contraofensiva israelí continúa su rumbo, cabe admitir que en esta ocasión la reacción mediática ha sido relativamente moderada. Una de las causas de este cambio es acaso que varios gobiernos han atribuido la responsabilidad del enfrentamiento al Hamás, y no a Israel: Canadá, la República Checa, Egipto, y la mismísima Autoridad Palestina, que notoriamente hizo público su alivio por el desmantelamiento del islamismo en Gaza.

Los medios han morigerado su retórica antiisraelí, a pesar de que habían soslayado, o crudamente ignorado, el constante ataque de misiles del Hamás, del mismo modo en que, durante el verano de 2006, ignoraron los centenares de misiles que el Hezbolá lanzó contra el Norte israelí, para después denostar nuestra reacción «desmedida».

Teniendo en consideración ese antecedente, no sorprende ahora que cierta prensa vuelva a presentar el contraataque hebreo como «desproporcionado», ya que, olímpicamente desentendida de las perpetuas agresiones contra Israel, castiga a la autodefensa hebrea y sus «proporciones».

En el largo plazo, dos aspectos del antisionismo de los medios son especialmente preocupantes. El primero es que disimulan el hecho de que la agresión contra los civiles israelíes no constituye un exceso, sino una política sistemática de dos bandas terroristas: una, el Hezbolá, que empuja al Líbano a reiteradas catástrofes, y la otra, el Hamás, que clama explícitamente desde Gaza por la eliminación de Israel y los judíos.

El segundo agravante, rayano en el suicidio, es que esa misma prensa hace caso omiso de que el objetivo del Hamás, el Hezbolá, y el islamismo en general es, además de destruir al Estado judío, retrotraer al mundo a la Edad Media. Israel debería cosechar la gratitud europea por plantarse frente al islamismo; no la calumnia.

Durante la presente operación Plomo Sólido, la abrumadora mayoría de los palestinos muertos eran terroristas armados del Hamás, y la lamentable pérdida de civiles palestinos se debe a que la banda dispara sus misiles desde zonas densamente pobladas. Entre los muchos llamados de Israel a la cordura, cabe destacar el pedido dramático «de última hora» del Primer Ministro israelí a la población de Gaza, rogándoles que pongan fin a los bombardeos para evitar que el Ejército de Defensa de Israel se viera obligado a reaccionar. También se hicieron miles de llamadas telefónicas a hogares palestinos linderos a bases de operaciones de Hamás, a fin de que evacuen las áreas más peligrosas.

La autodefensa de Israel no es sólo «proporcionada» a la agresión, sino que es sumamente cautelosa de la vida de civiles inocentes. Pero su victoria sobre el Hamás no señalará el fin del conflicto. Para ello, se requerirá un cambio de actitud generalizada con respecto a Israel.

En efecto, es notable que, aun aquéllos bienintencionados que reconocen la singularidad de la judeofobia y sus monstruosas dimensiones, frecuentemente no ven cómo el Estado judío se ha transformado en el objeto fundamental del odio.

No les llama especialmente su atención que las tres cuartas partes de las condenas de la ONU se hayan ensañado contra Israel, ni que éste sea el único país del mundo que tenga varias agencias de la ONU destinadas exclusivamente a controlar su respeto a los derechos humanos, ni que Israel es el único país cuya creación es anualmente lamentada internacionalmente.

Recuérdese que el último 24 de noviembre la ONU conmemoró su Día de Solidaridad con el Pueblo Palestino, curiosamente el único pueblo que tiene un día propio de solidaridad. Pareciera que no cabe la solidaridad internacional con los tamiles, los aymaras, los ibos, los cachemiros, los chechenos, o los neocaledonios, entre otros muchos.

Durante la conmemoración antiisraelí, se proyectó la película La Terre Parle Arabe en la que se muestra a los judíos como nazis. Así, bochornosamente, la ONU hace duelo público por seis décadas de Israel, el único de sus 192 Estados miembros objeto de tal desprecio. El evento viene a lamentar la decisión de la ONU del 29 de noviembre de 1947, que exhortaba a la creación en Palestina de un Estado hebreo y uno árabe (en esa época, nadie hablaba de Estado «palestino»).

Se reunió en la ocasión el Comité por los Inalienables Derechos del Pueblo Palestino (ningún otro pueblo tiene en la ONU derechos inalienables), una sesión de la Asamblea General sobre «la cuestión de Palestina» que adoptó seis resoluciones contra Israel por violación de derechos humanos. (Durante todo este período de la Asamblea, se adoptaron 24 resoluciones por los derechos humanos: 4 contra 191 países generalmente inmaculados, y 20 contra el judío de los países).

En la historiografía reciente del pueblo palestino (en rigor, toda historiografía de este pueblo es inevitablemente reciente) la lamentación por nuestra existencia se llama «Nakba» («catástrofe» en árabe). La «Nakba» es el duelo anual palestino por la existencia de Israel, impuesto por Arafat hace un cuarto de siglo.

Los palestinos no sólo parecen no darse cuenta de que la conmemoración de la «Nakba» es reciente, sino de que si no crearon un Estado propio hasta 1967 no pudo haber sido culpa de Israel, ya que éste no controlaba las tierras que dicen reclamar.

La moraleja más visible de la «Nakba» es que, pese a los testarudos argumentos de que los palestinos luchan contra «la ocupación» u otros supuestos defectos de Israel, en realidad siempre lucharon contra la existencia de Israel, sin importar cuán grande o malvado sea; y por lo tanto no dejan al país hebreo más opción que la autodefensa o el suicidio. A los israelíes no nos queda otra alternativa que defendernos, puesto que no importa cuán generosas sean nuestras concesiones y mejoras, ellas son irrelevantes ante la lucha para destruirnos.

La única «Nakba» real del pueblo palestino es haberse concentrado en la destrucción del ajeno, y no en la construcción de su propia sociedad. Esa fue su «Nakba» y será necesario que en la conciencia palestina haya una radical transformación semántica del término (o su eliminación), para que este sufrido pueblo pueda vivir en prosperidad, y en paz con Israel.

Para que ello ocurra, la contraofensiva de estos días constituye un paso en la dirección correcta: al desarmar enteramente al Hamás, los palestinos progresarán, y Occidente se habrá aliviado, aunque probablemente no sabrán agradecerlo.

Fuente: EL CATOBLEPAS

 
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