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Gilad Shalit


Tiene 19 años y embutido en su uniforme parecía más un despistado Harry Potter que un duro tanquista del Ejército israelí.

Esa mañana, Noam Shalit sintió que le rozaba la mano fría de una premonición. Su hijo siempre le llamaba los domingos para desahogarse de las pequeñas miserias que sufren los soldados: la falta de sueño, las manías de los superiores, lo mucho que se extraña a la familia... Pero las horas transcurrían sin que escuchara el característico «¿qué tal?» del joven.

Algo andaba mal. A las dos del mediodía del pasado domingo, sonó el teléfono de su despacho: «Es urgente, se trata de Guilad», dijo su mujer con la voz ahogada en un sollozo. Habían transcurrido nueve horas desde que un comando de Hamas disparase contra un tanque apostado en la base militar de Telem, al sur de Israel. El misil perforó el blindaje, causando la muerte de dos de los tripulantes. Malherido, el cabo Guilad Shalit logró salir por la escotilla para caer en manos de los atacantes, quienes lo arrastraron por el túnel que habían excavado para atravesar la frontera.

Cuando un soldado muere en acción, es un oficial de menor rango el que se ocupa de transmitir la desgracia a los familiares. Un médico le acompaña por si fuera necesario atender a los deudos. La presencia de Elazar Stern, jefe del Departamento de Personal del Ejército (DPE), en el salón de la familia Shalit indicaba que se había producido lo que en la jerga militar se conoce como «una situación delicada».

El cabo Guilad había sido capturado con vida, pero se desconocía su paradero. El Ejército agotaría todos los recursos para devolverlo a los suyos, prometió el militar. ¿Todos los recursos? Poco después de que Stern se retirara, Noam escuchó por televisión las declaraciones del primer ministro Olmert: no habría negociación alguna con los terroristas.

«Aviv y Noam no tomaban conciencia de lo que les estaba ocurriendo. Actuaban como dos autómatas. Se fue el jefe del DPE y apareció Dan Halutz (jefe del estado mayor) y un civil, posiblemente del Servicio de Seguridad General (Shin-Bet). Otra vecina y yo ayudamos a servir café y frutas como si estuviésemos en una reunión de amigos. Los Shalit apenas prestaban atención a lo que decían los huéspedes. «Todos sus sentidos estaban puestos en el teléfono y cada vez que el aparato sonaba, daban un respingo», cuenta Ilana Levy-Zrihán, de Mitspé Hilá, una comunidad laica asentada en la Alta Galilea. La familia Shalit se mudó a este poblado campestre hace cinco años, atraída por el paisaje montañoso y la proximidad de Haifa, donde la pareja encontró trabajo y escuela para sus hijos. Por la mitad del precio hubieran conseguido una mansión en Cisjordania, pero no quisieron instalarse en los territorios en litigio.

Sin ser de izquierdas, el matrimonio comparte la opinión de algunos de los israelíes, que ve en los barrios judíos de los territorios en litigio un obstáculo para la paz.

Noam, de 47 años, nació en Francia y se vino a Israel siendo joven. Trabaja como director técnico de Iscar, una empresa de alta tecnología. Aviv, de 45 años, es secretaria de la Sociedad Protectora de la Naturaleza. Tienen tres hijos y Guilad es el mediano: un genio de la física que egresó de la escuela de Manor con las mejores calificaciones.

El Ejército le ofreció la posibilidad de cumplir los tres años de servicio obligatorio en una de las divisiones técnicas ubicadas en el cuartel general de Tel Aviv. Los padres no quisieron intervenir en la decisión del muchacho. Cuando les comunicó que prefería ser combatiente a permanecer en una oficina, Noam y Aviv se resignaron a la idea de que en los próximos años vivirían con el corazón en un puño.

Las fotos que publican los medios muestran a un chaval esmirriado con gafas de lector consuetudinario. Un Harry Potter embutido en un uniforme verde oliva, con la boina negra del regimiento colgada al hombro. Ilana, su vecina, asegura que detrás de esa apariencia Guili (diminutivo) es un chico divertido y amante de los deportes. «Antes del secuestro estaba obsesionado con el Mundial de fútbol». Hoy, su liberación a desencadenado una gigantesca operación militar. Bombardeos aéreos, detención de líderes palestinos, tanques, tropas de élite desplazadas a la franja de Gaza y Cisjordania. Todo al servicio de una única misión: salvar al soldado Guilad, émulo real del cinematográfico Ryan que encarnó Tom Hanks.

¿Y qué llevó al estudioso Guilad a enrolarse en los tanquistas? Yair Kaminguer dice que para ser tanquista hay que estar mal de la cabeza. «El período de instrucción es un infierno, el sargento se lo pasa gritando: "¡Que olvides a tu noviecita, de hoy en adelante el carro de combate será tu hembra!».

«Dos veces al día se engrasa la oruga y se le pasa estopa al cañón. Si los jefes descubren una mota de polvo te hacen excavar un hoyo y sepultar allí un papelito con todos los sinónimos de la palabra suciedad (mugre, roña, inmundicia) anteponiendo un "yo soy". Cada actividad se mide por reloj. Tres minutos para formar el pelotón. Un minuto para estar dentro del tanque y ponerlo en marcha. Y el que se queda rezagado debe correr alrededor del campamento cargando la ametralladora MAG, que pesa 11 kilos». Kaminguer pertenece a la misma unidad que Guilad, el batallón acorazado Reshef. Dentro de dos meses se libera y lo primero que piensa hacer es un viaje a las islas del mar Egeo: «Para despejar la mente tomando sol, haciendo el amor con mi chica y bebiendo cerveza hasta reventar».

El 58% del contingente está formado por combatientes de primera y segunda línea, de los cuales el 15% pertenece a unidades de elite. A diferencia de lo que sucede en otros países, en Israel los mejores combatientes provienen de las capas altas de la sociedad y, lo que resulta más paradójico, muchos son de izquierda. «Los señoritos paracaidistas nos llaman grease (grasa en inglés) y en las maniobras apenas se dignan a dirigirnos la palabra», dice Yair.

«En la práctica todos realizamos el mismo trabajo. A nosotros nos enseñan a operar con los Merkavá, que son los tanques más sofisticados del mundo. Ellos saltan en paracaídas y aprenden a tomar por asalto una posición fortificada. Al final terminamos en el mismo agujero. Quiero decir, montado guardia en los jodidos check point. Pasan una o dos semanas y lo único que has hecho es comprobar si el sujeto musulmán que acude a su trabajo en Israel o si la mujer que va a dar a luz en el hospital no aparecen en la lista de sospechosos o tienen colocado un cinturón bomba. En el momento menos esperado se te viene encima un vehículo y alguien abre fuego desde la cabina. Si no alcanzas a reaccionar, eres hombre muerto. Así fue como perdimos a Pavel, un emigrante ruso que vivía extrañando a su familia».

Ernesto Spivak, psicólogo militar de origen argentino, señala que en los últimos años el Ejército ha perdido 323 hombres. El 44% de las bajas se produjeron en ataques a puestos de control (alrededor de ciudades palestinas) o posiciones estáticas de guardia. «El soldado que examina las cédulas de los palestinos en el puesto de control, el que vigila la frontera desde los búnker, se muere de aburrimiento. No son capaces de percibir el peligro hasta que el terrorista que los ha estado observando en ese estado de letargo les dispara o activa el explosivo».

Según Spivak, el número de suicidios en las filas del Ejército se ha mantenido constante en los últimos cinco años. «En el 2005, 30 efectivos se quitaron la vida, la mayoría de ellos durante el período de iniciación, que es cuando el recluta se siente despojado de su individualidad. La mayoría de los casos se dan entre aquellos que no han superado la crisis de las adolescencia».

Yair Kaminguer recuerda la táctica que empleaba uno de sus superiores para mantenerlos en estado de alerta. «Había transcurrido un año y el trato entre oficiales y tropa era de igual a igual. Se les obedecía como se obedece al capitán de un equipo de fútbol. Un teniente de otra unidad se incorporó al batallón. Desde el primer momento, se hizo odiar por el vicio que tenía de hacer rondas nocturnas. A los que sorprendía dormidos en la guardia los despertaba a gritos: "Pum pum, estás muerto". Y los dejaba dos semanas sin salir a casa. En septiembre del 2005, nos desplegamos a lo largo de la carretera que une Rafah con Jan Yunes, a fin de proteger a los convoyes que evacuaban los asentamientos. Hacia el final de esa misión los palestinos hicieron una incursión detrás de nuestras líneas. Si no ocasionaron víctimas, fue gracias a los hábitos que nos inculcó ese oficial obsesivo. A partir de ese momento lo aceptamos en la banda de hermanos».

Yair se enteró por la radio de que un soldado de su batallón había sido secuestrado. El veterano tanquista se agarró la cabeza con las dos manos y exclamó: «¡Pero si es el francesito!». Entonces se acordó de Guilad tal y como lo viera la última vez, manipulando una herramienta que parecía el doble de su tamaño. «Fue durante unas maniobras en los Altos del Golán. Nos hacía gracia el acento pedregoso del chico. La forma en que ahuecaba la voz para aparentar ser adulto y no un recluta de 19 años».

Fuente: El Mundo

 
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