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La historia ilumina, por Beatriz W. De Rittigstein


En estos días los judíos celebramos la fiesta de Januca, que si bien tiene un trasfondo religioso, recuerda el milagro de una pequeña vasija de aceite que duró los ocho días necesarios para la fabricación del combustible, tras la profanación del Templo de Jerusalén por los helenos. A la vez es una festividad con gran sentido nacional: rememora la victoria de los macabeos enfrentados al imperio griego que aspiró a helenizar al pueblo de Israel.

Así, esta conmemoración que evoca la recuperación de la independencia judía hace unos dos mil doscientos años, demuestra la existencia de la nación de Israel en su propio territorio al cual, siglos después, por asuntos políticos, otro imperio le confirió el erróneo nombre de Palestina.

Igualmente, la fiesta de las luces como también se le conoce, evidencia el carácter judío de la ciudad de Jerusalén y del funcionamiento del Templo en un área consagrada por el judaísmo a su liturgia, constituyéndose desde el establecimiento de Israel, en su sitio más venerado e importante. No obstante, cientos de años más tarde, sobre las ruinas del Templo, los musulmanes edificaron una mezquita, tal vez con la idea de suplantar una religión por otra en ese santo paraje que, de hecho calificaron como el tercer lugar sagrado para el Islam.

Por más que sectores extremistas manipulen los hechos, el rigor de las investigaciones científicas no dejan espacio a las teorías infundadas que pretenden transfigurar la memoria e instituir versiones acomodaticias sobre los acontecimientos acaecidos en tan lejanos tiempos, intentando imponer ficciones útiles a proyectos perversos, como la destrucción del moderno Estado de Israel; pero, epopeyas como la que Januca inmortaliza, proveen de sólidos testimonios que glorifican la realidad histórica.

Contacto: E-mail de Beatriz W. De Rittigstein

Fuente: El Universal (Venezuela)

 
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