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Las lecciones del Holocausto. Seguimos sin aprender la lección. Por Julián Schvindlerman



Si algo hemos aprendido de la Shoá es que el genocidio comienza con la destrucción intelectual de un pueblo, lo que abre el camino para su ulterior destrucción física. Antes de alcanzar el aniquilamiento parcial del pueblo judío, los nazis debieron primero obliterarlo en el imaginario colectivo. Antes de llevar a los judíos a las cámaras de gas, debieron persuadir a la opinión pública de que los judíos eran subhumanos merecedores del exterminio.

Los judíos fueron primero destruidos en los discursos que se pronunciaban desde los palcos, en los panfletos que divulgaban las universidades, en las pancartas exhibidas en las manifestaciones callejeras, en las leyes raciales. Así fue como se les aniquiló idealmente. Así fue el preludio de su obliteración material.

En vísperas de un nuevo Día Internacional del Holocausto hemos comprobado con horror que esta lección elemental no ha sido todavía aprendida. Durante las últimas semanas, en el contexto del conflicto en Gaza, hemos asistido a la demonización colectiva de toda una nación. El espectáculo ha sido surrealista. Mientras que en Brasil el Partido dos Trabalhadores calificó la represalia israelí contra el Hamás de "práctica nazi", en Italia el sindicato Flaica-Uniti-Club pretendió resucitar las leyes raciales fascistas al instar a boicotear las tiendas comerciales pertenecientes a los judíos de Roma. Mientras que en Mar del Plata el titular del Centro Islámico aseguró que "prontamente Israel, como el Estado nazi, desaparecerá, y será solamente un mal recuerdo del pueblo árabe", en Holanda manifestantes gritaron: "¡Gaseen a los judíos!". Mientras que un alto oficial vaticano equiparó Gaza con "un gran campo de concentración", manifestantes gritaron en la Florida a los judíos: "¡Regresen a los hornos!". Es decir, a la vez que se pedía crudamente por un nuevo Holocausto contra los judíos, se acusaba a éstos de ser nazis.

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial no hemos presenciado un llamado tan explícito a liquidar judíos en las capitales del mundo libre. Que se invoque retórica nazi contra los judíos al protestar contra la política militar de Israel, país que a su vez es acusado de ser nazi al lidiar con los palestinos, es un escenario tan novedoso como inquietante.

El antisemitismo, camuflado de antiisraelismo, campea soberano. No es que toda crítica al Estado judío sea necesariamente judeófoba. Obviamente, Israel es un Estado perfectible y, como tal, pasible de sanción. La crítica política a Israel es válida. Pero es igualmente innegable que, muchas veces, la condena al Estado de Israel efectivamente conlleva una dosis de prejuicio antisemita. Cuando años atrás el compositor Mikis Theodorakis –creador a la vez de la música del film Zorba el Griego y del Himno Nacional Palestino– dijo que los judíos son "la raíz de todo el mal", en su supuesta condena a las políticas de Israel advertimos que una línea había sido cruzada. La pancarta elevada en una reciente aglomeración en Australia que exigía que se limpiase la tierra de "sucios sionistas", ¿exactamente qué política israelí estaba objetando? Igualmente, ¿qué acción israelí estaban condenando aquellos que en Toulouse lanzaron un automóvil en llamas contra la sinagoga local?

Resulta curioso notar que la agrupación islamista Hamás –que abiertamente cometió crímenes de guerra al atacar a civiles israelíes protegiéndose con civiles palestinos, y cuya carta constitutiva llama abiertamente a la obliteración de un Estado miembro de la ONU– en ningún momento fue comparada con los nazis o acusada de querer cometer un genocidio. La indignación mundial y la condena desproporcionada fueron reservadas a Israel.

Esperemos que esta nueva conmemoración de los trágicos hechos de la Shoá pueda dotarnos de la perspectiva y la sabiduría necesarias para comprender, en el sentido más profundo posible, que lo que empieza con retórica extrema termina en acciones atroces.

Fuente: Libertad Digital (España)

 
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