PARA LEER CON MAYOR COMODIDAD PODES

La beatificación de Itzjak Rabin por David Mandel



Hace algunos días se celebró una manifestación en la Plaza Rabin, (antes llamada Plaza de los Reyes de Israel), en Tel Aviv, conmemorando el 13avo aniversario de la muerte de Itzjak Rabin. Los politicos de izquierda y de centro izquierda, siguiendo la tradición que comenzó el día que Rabin murió, condenaron a la gente de derecha por el "incitamiento" que, según ellos, motivó al asesino para que realice su crimen. Olmert, en el año 1995, era de la derecha, pero, al estilo de San Pablo en el camino a Damasco, "ha visto la luz", y no perdió la oportunidad de unir su voz al coro de condenas.

La muerte de Rabin, asesinado por la espalda con disparos a quemarropa, fue un crimen cobarde y vergonzoso, no sólo contra Rabin, quien dedicó toda su vida a servir a la nación como líder militar, diplomático y político, sino también contra todo el pueblo que había votado mayoritariamente por él, y que, si ya no estaba contento con su política o con su desempeño, habría manifestado su insatisfacción en las siguientes elecciones, votando por un opositor. En las democracias los líderes son cambiados por medio de votos, no por medio de balas.

Si los judíos fuésemos como los católicos hace rato que Itzjak Rabin habría sido declarado santo. Pero, aunque no se le puede dar ese título, ya es venerado como tal.

Para ser declarado santo la persona tiene que haber hecho milagros, y Rabin hizo un verdadero milagro: revivió al desprestigiado Yasser Arafat que había cometido el error mortal de apoyar a Saddam Hussein en la Guerra del Golf, y le entregó en bandeja de plata el control de Gaza.

La realidad es que Rabin nunca fue un santo. El 21 de junio de 1948, en plena guerra de Independencia, no titubeó un segundo en disparar, desde la playa de Tel Aviv, al barco Altalena, fletado por el Irgun, que traía armas y soldados, matando a dieciseis soldados judíos.

En la víspera de la Guerra de los Seis Días, debido a la tensión, sufrió una fuerte depresión nerviosa que lo incapacitó para el mando, pero, por suerte, logró recuperarse a tiempo, y condujo el ejército a la victoria.

Cuando fue elegido Primer Ministro no supo como encarar la Intifada (que fue un juego de niños, comparada con la Guerra de Terror de principios de la década de los 2000). En vez de encontrar una solución inteligente y satisfactoria para ambas partes, evadió su responsabilidad diciendo, "el pueblo está cansado". Se dejó convencer por el político de izquierda Yossi Beilin, y firmó los Acuerdos de Oslo, en el mes de setiembre de 1993, que revivieron a Arafat. En la ceremonia que tuvo lugar en la Casa Blanca, en Washington, fue visible en su semblante la repugnancia que sintió al estrechar la mano del terrorista Arafat.

Arafat, de inmediato, procedió a importar de contrabando armas y explosivos; protegió a los terroristas; y educó a los niños palestinos en un odio fanático a Israel. La respuesta, sorprendemente pasiva, de Rabin a los atentados terroristas palestinos, condenados hipocritamente por Arafat cuando hablaba en inglés, pero aplaudidos por el Rais cuando hablaba en árabe, fue justificarlos repetidamente diciendo "estos son los sacrificios que hacemos por la paz".

En 1995 hubo un debate en la Knesset para aprobar la entrega de Belén, Hebrón, Jenín, Nablus, Kalkilia, Ramallah, Tulkarem y 450 pueblos adicionales a Arafat. La mayoría de la Knesset, basándose en las acciones y discursos de Arafat, desde que había recibido el control de Gaza, no estaba dispuesta a aprobar esa transferencia. Rabin, para conseguir la aprobación, no tuvo escrúpulos en sobornar anti democraticamente a tres parlamentarios, (a uno lo hizo ministro, y a otro vice ministro), del partido de derecha Tsomet, para que abandonasen ese partido (y olvidasen las promesas hechas a los votantes que los habían elegido). Los tres tránsfugas votaron de acuerdo a lo que Rabin les dictó, y la ley, llamada Oslo II, fue aprobada por una mayoría de solo dos votos. (Años después, el parlamentario, a quien Rabin había sobornado con un ministerio, se dedicó al tráfico internacional de drogas y terminó en la cárcel).

La historia juzgará si Rabin, al firmar el acuerdo de Oslo, sin prever los resultados, fue responsable de la muerte de dos mil israelíes, diez años más tarde.

Tal vez, algún día, la manifestación anual en la Plaza Rabin conmemorará, no sólo al asesinado Primer Ministro, sino también a los otros dos mil israelíes asesinados.

Fuente: Mi enfoque

 
ir arriba