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El Vaticano y los judíos: luces y sombras por Esther Shabot



Gracias a la Encíclica Nostra Aetate, fruto del Concilio Vaticano Segundo convocado por el papa Juan XXIII, fue posible una reconciliación histórica entre el pueblo judío y la Iglesia de Roma.

El reconocimiento cristiano de los errores cometidos en el trato al pueblo de Israel y la voluntad de construir una nueva relación fundada en el respeto mutuo, hizo que a lo largo del medio siglo que ha pasado desde entonces hayan proliferado los canales de diálogo destinados a romper los estereotipos nocivos que generaron persecuciones e injusticias sin fin.

El establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y el Estado de Israel en la década de los 90 del siglo XX fue, sin duda, un paso más en este proceso de acercamiento.

Estos grandes avances no impiden, sin embargo, que todavía subsistan aquí y allá ciertas tensiones derivadas de puntos específicos en los que se manifiestan desacuerdos.

Uno de ellos ha resurgido recientemente con el anuncio del papa Benedicto XVI de su voluntad de beatificar a Pío XII (Eugenio Paccelli), quien fuera Papa durante los años en que se desarrolló la Segunda Guerra Mundial.

Para sintetizar la polémica que se ha desatado, puede decirse que mientras que Roma considera a Pío XII poseedor de características y trayectoria como para ser beatificado, para los judíos y la mayoría de sus representantes, este Papa no hizo lo que su jerarquía le obligaba moral y cristianamente a hacer durante la contienda, es decir, actuar decidida y valientemente para evitar que el exterminio de millones de judíos fuera llevado a cabo por la maquinaria nazi. Se le reprocha así que el silencio haya sido la respuesta ofrecida una y otra vez por Paccelli ante las muchas oportunidades que tuvo para dejar oír su voz de protesta y condena a las matanzas de judíos, voz que hubiera conseguido, sin duda, poner algún freno al proceso de exterminio.

Y aunque un importante número de ministros de la Iglesia arriesgó su vida en múltiples ocasiones para salvar a hombres, mujeres y niños condenados a muerte por el simple hecho de ser lo que eran, se trató de iniciativas propias derivadas de imperativos humanos y de conciencia, y no de órdenes llegadas desde los despachos de la Santa Sede.



A un lado de esta polémica que aún espera la apertura de los Archivos del Vaticano para precisar datos, hace pocos días se ha registrado también la presentación de un documento de la Comisión Bíblica Pontificia, cuyo título es El pueblo judío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia cristiana.

Se trata del resultado de una larga investigación iniciada desde 1996 por iniciativa del entonces cardenal Ratzinger, hoy papa Benedicto XVI. Según lo reporta el periódico L’Osservatore Romano en su edición en español de la última semana de octubre, la presentación de esta reflexión estuvo a cargo del cardenal Alberto Vanhoye y entre sus conclusiones destacan las siguientes palabras: “Por profunda que sea, esta divergencia (la divergencia teológica entre el cristianismo y el judaísmo) no implica en modo alguno hostilidad recíproca.

El ejemplo de San Pablo (Rm 9-11) demuestra por el contrario, que una actitud de respeto, de estima y de amor hacia el pueblo judío es la única actitud verdaderamente cristiana en esta situación que misteriosamente forma parte del designio, totalmente positivo, de Dios. El diálogo sigue siendo posible, puesto que judíos y cristianos poseen un rico patrimonio común que los une…”

Este documento corrobora así que a pesar de los tropiezos que esporádicamente han aparecido en la nueva relación que se estableció entre la Iglesia y el pueblo judío a partir del Concilio Vaticano Segundo, sigue predominando una postura de respeto, reconocimiento y fraternidad.

Sin embargo, queda todavía un importante camino por recorrer, porque si bien estos cambios positivos forman ya parte de integral del pensamiento y convicciones en la mayoría de las altas esferas de la Iglesia, aún falta que este espíritu se extienda hasta los diversos segmentos del clero y la feligresía anclados todavía en muchos de los típicos prejuicios y estereotipos heredados de largos siglos de intolerancia.

Fuente: El Excelsior

 
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