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Larga vida al violinista de Auschwitz



Cumplidas seis décadas de la independencia del Estado de Israel, Jacques Stroumsa, liberado de los campos nazis el 8 de mayo de 1945, fue deportado dos años antes a Auschwitz donde vio morir a su familia y obligado a tocar el violín.

Cada año, por estas fechas, Israel recorre como en una cronología el hilo de su memoria: el Holocausto, las guerras y atentados con el homenaje ayer a los 22.437 caídos y hoy la fiesta de su Independencia según el calendario judío. El 8 de mayo.

Cada año, el rugir de las sirenas que tiñen de luctuosidad las ceremonias empañan de recuerdos insoportables, pero también de una renovada obstinación por la vida, la cabeza lúcida de Jacques Stroumsa. Ingeniero Eléctrico, con perfecto dominio del ladino, francés, griego, hebreo, alemán, italiano e inglés.

Sobre todo el 8 de mayo. El día de 1943 en que ingresó en el campo de concentración de Birkenau-Auschwitz tras doce jornadas encerrado en un tren de carga para ganado con otros 2.500 deportados de Salónica.

El día en que le marcaron como a una res el número 121.097 bajo el codo izquierdo, y su esposa embarazada de ocho meses, sus padres, sus suegros y 1680 judíos más, fueron llevados a la muerte atroz de las cámaras de gas, y sus cuerpos al horno.

El mismo día fatal en que, «a las seis de la tarde» -recuerda-, un oficial alemán le puso un violín entre las manos y le obligó a tocar, como haría a partir de entonces cada mañana y cada noche, para que Stroumsa amenizara con marchas militares el ir y venir «de 80.000 esclavos a los trabajos forzados», como si fueran soldados. Vio morir a muchos de ellos, algunos de hambre. «No podía imaginar que la música entrara en un campo de concentración, era una locura, pero Auschwitz no se puede comprender sin locura...», relata, «a mí me dio el optimismo para no morir, porque morir hubiera sido cumplir el programa de Hitler».

La música salvó su vida. Sería un 8 de mayo, otra vez 8 de mayo, de 1945, justo dos años más tarde, cuando el que fuera primer violinista de Auschwitz, sería liberado, ya en Gusen II, tras haber pasado por el terror de Matthaussen. Supo que el infierno había terminado cuando comprobó que los tanques que desfilaban frente al subcampo eran americanos, porque en los cigarrillos que les lanzaban las tropas ponía «Lucky Strike».

Entonces supo también que había contraído «una deuda moral para siempre: no descansar para contar la tragedia».

El Estado de Israel cumple hoy 60 años, y Stroumsa le desea «60.000 más». Y vida eterna. La que a él le dio la Universidad de Auschwitz, su compromiso moral. Y el violín que le salvó de la infamia.

Fuente: ABC

 
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