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Bajo los malditos Qassam



La ciudad israelí de Sderot es la diana principal de los cohetes palestinos lanzados desde Gaza Unas 3.000 personas se han marchado en los últimos seis meses

Elraz Asrani ha inventado un juego para su hijo de tres años. Es un híbrido entre el escondite y el corre que te pillo. "Le he explicado que, cuando suena la sirena, tiene que dejar lo que está haciendo e ir corriendo a esconderse en su habitación porque si no se lo comerá el lobo".

El lobo, en realidad, son los cohetes Qasam que martillean regularmente la pequeña ciudad israelí de Sderot desde hace siete años, pero Elraz está esperando a que su hijo sea un poco más mayor para explicárselo. De momento, ha reforzado parte del tejado con placas de hormigón para poner a salvo la habitación de sus dos niños del impacto de los proyectiles lanzados desde Gaza.


Sderot se ha convertido en la ciudad maldita de Israel. Situada a apenas un kilómetro de Gaza, esta población de trabajadores, la mayoría de origen norteafricano, está pagando todo el peso del conflicto con los palestinos. Desde que cesaron los atentados suicidas, la vida en el resto de Israel dista poco de la de cualquier país en paz, pero aquí, al igual que en un puñado de comunidades agrícolas fruncidas a la franja, el hostigamiento es constante.
"Es como estar siempre expuesto a una ruleta rusa. Nunca sabes cuándo y dónde caerá el próximo cohete", afirma Niliam Safy, directora del departamento municipal de Educación.

ALARMA CON VOZ DE MUJER

Solo la semana pasada se lanzaron desde Gaza unos 150. Cada vez que uno despega, por los altavoces de Sderot resuena la Aurora Roja, una alarma con voz de mujer. Desde ese momento sus habitantes saben que tienen unos 20 segundos para ponerse a cubierto.


Esta inquietante amenaza, que ha disparado los casos de estrés postraumático entre niños y ancianos y de ansiedad e insomnio entre los adultos, ha transformado la fisonomía de Sderot. Cada 200 metros hay refugios de hormigón reforzado con forma de cubo, paradas de autobús convertidas en búnkeres, gruesas murallas frente a las casas y refugios antiaéreos en los patios de los colegios. En las calles y restaurantes la vida es mínima.
"Cuando quiero ir al mercado o a ver a una amiga tengo que planear antes la ruta para ir solo por las calles donde hay refugios", afirma la estudiante Karen Abuksis. Hace tres años, su hermana Ella, de 17 años, murió al ser alcanzada por un Qasam en plena calle. Otros siete civiles han muerto en los últimos años.

VOLUMEN AL MINIMO

Escuchar a tiempo la Aurora Roja es la obsesión de sus 20.000 habitantes. Sus gentes conducen sin música, ven la televisión con el volumen al mínimo y duermen en pleno invierno con las ventanas abiertas. "Hemos acortado la duración de la ducha, sobre todo a primera hora de la mañana y al atardecer, cuando más Qasam caen", asegura Nilyam Safy, madre de cuatro hijos.



Peor es el trastorno sobre los niños. En colegios y guarderías, cuyas estructuras ha reforzado el Gobierno con metal y hormigón, el patio es territorio comanche. Ya no hay recreos ni clases de gimnasia al aire libre. Tampoco se juega en la calle al salir de clase. La televisión y el ordenador son los principales pasatiempos de los menores.
En los últimos seis meses, según el Ayuntamiento, unas 3.000 personas han abandonado la ciudad, casi sin excepción las familias más ricas. "Si pudiera vender el restaurante me marcharía. Me siento un mal padre que no puede dar una vida normal a sus hijos", dice Elraz Asrani. Lo peor es que pocos avistan una solución a corto plazo. "Si por mi fuera --concluye--, tiraría una pequeña bomba atómica para que Gaza desaparezca".

Fuente: El Periódico

 
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