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El arte vanguardista de los yiddish



Acostumbrados estamos a ver el horror del Holocausto como el resultado de un antisemitismo europeo milenario. Una exposición abierta en el Museo de Arte e Historia del Judaísmo de París revela por qué Hitler tenía razones imperiosas para su odio: los yiddish eran, a principios del siglo XX, la vanguardia revolucionaria, rompedora y pionera, en el interés por el arte popular.

Once millones de personas hablaban a principios del siglo XX el yiddish. Desde el oeste de Rusia hasta Bruselas y Estrasburgo, desde Copenhague hasta Odessa o Venecia, la lengua de raíz germánica creolizada con términos hebreos y eslavos era un vehículo de comunicación sin fronteras. Un idioma con siete siglos de vida, sin control estatal o de reales academias. El reguero de pólvora ideal en tiempos de vanguardias revolucionarias.

El yiddish se convirtió en la lengua por antonomasia, no sólo del lumpen judío y laico, sino también de artistas como Chagal, Lissitzky o Ryback, que jugaron el papel de puente en la sacudida al arte de los años veinte y treinta. La exposición Futuro Anterior, vanguardias y libro yiddish 1914-1939 retrata el explosivo encuentro de artistas que fueron a buscar su propia modernidad universal en el artesanado familiar conservado por los obreros y campesinos judíos laicos, lanzando así un desafío al proyecto de un Occidente monolítico.

Los organizadores han colocado en cuatro salas 200 obras, en su mayoría libros ilustrados y bocetos originales, adquiridos por el Museo de París o prestados por el Fondo Boris Aronson (Israel) y el Museo Etnográfico de San Petersburgo. La primera sala está consagrada al primer gesto de los artistas: ir a buscar las pinturas y lápidas de artesanado popular que retrataban la iconología tradicional de los judíos europeos. La segunda honra los manifiestos lanzados por los artistas jóvenes yiddish, obras judeo-futuristas inspiradas en el cubismo. Por último, una sala retrata el "fin del sueño", cuando el nazismo, con la muerte, y la Unión Soviética, con sus anatemas, acabaron con el movimiento.

Entre la esperanza y la aniquilación de la cultura yiddish hoy sólo unas 200.000 personas lo hablan en Europa hay un momento clave: el período parisino de Marc Chagall,en 1910, cuando el pintor participó en las corrientes vanguardistas más cosmopolitas del momento, sin abandonar la influencia de sus imágenes de niño campesino judío bielorruso. Una actitud radicalmente contraria a la de los futuristas italianos, tan preocupados por extirparse de sus raíces como en abrazar el fascismo.

El yiddish cuenta hoy con escasos centros desperdigados por Israel, Europa, Estados Unidos y Buenos Aires. En París es donde tiene mayores aires de nobleza, con una cátedra en el Instituto Nacional de Culturas y Lenguas Orientales y un Centro de Cultura Yiddish. Hasta en Israel está mal visto: las autoridades han hecho todo por que desaparezca, al considerarlo un rival serio del hebreo. En el salón internacional del libro de marzo pasado en París, con Israel como invitado de honor, la polémica fue inmensa porque las autoridades israelíes no permitieron que viniera ni un sólo autor en lengua yiddish.

Pero esta rivalidad no es sólo una cuestión idiomática. Esta lengua lleva el sello de su origen pagano, laico, del espíritu campesino y proletario, y carga además con un formidable sentido del humor negro, que aún hoy puede uno compartir en París con familiashoy francesas herederas de los miles de judíos polacos, rusos y bielorrusos comunistas que lucharon con la Resistencia antinazi europea.

Fuente: Publico.es

 
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