"Hamas sólo quiere acabar con los judíos, matarnos a todos en Israel", afirma una joven camarera en un café del centro de Jerusalem. "Nosotros le damos a Gaza todo lo que tienen: agua, electricidad, alimentos. ¨Y cómo nos lo agradecen? Con misiles".
Sobre todo la ciudad de Sderot se ve sometida desde principios de la década a los impactos constantes de cohetes y granadas de mortero lanzadas por terroristas de Hamas y otras organizaciones palestinas.
Los terroristas disparan principalmente cohetes Qassam, bastante rudimentarios pero altamente destructivos. Están formados por tubos de fontanería repletos de productos básicos como fertilizante o azúcar, cuya combinación es explosiva a lo que agregan trozos de metal, y distintos componentes que provocan un efecto devastador a modo de perdigones y esquirlas que se dispersan cuando el cohete estalla. No disponen de ningún sistema de dirección, su alcance es 20 kilómetros.
Desde principios de década se han lanzado ya más de 13.000 cohetes contra Israel, dejando medio centenar muertos y cientos de heridos de diferente consideración, además de los daños materiales y las consecuencias psicológicas en la población que tiene 15 segundos para refugiarse de los bombardeos que en muchos casos se producen en un número de 100 al día lo que paraliza a la población que no puede realizar ninguna actividad normalmente. Los niños no pueden asistir al colegio, los adultos no pueden desempañar sus trabajos normalmente. Tareas cotidianas como tomar un baño o una ducha no pueden prolongarse más de un minuto y medio por temor a que caiga un misil e impacte en la vivienda.
Al margen de las víctimas mortales, muchos ciudadanos han acabado abandonando Sderot y otras localidades próximas para no vivir bajo el miedo a los cohetes. Además, en los últimos meses los terroristas palestinos han lanzado cada vez más proyectiles Grad, de diseño soviético, bastante más mortíferos y con un alcance de hasta 40 kilómetros. Con ello, el terror se ha extendido a ciudades más grandes como Ashdod y Ashkelon, en un radio en el que viven más de un millón de personas.
"Todavía voy a trabajar a Sderot todos los días, pero he tenido que sacar a mis hijos de la línea de fuego para que puedan empezar a vivir una vida normal", afirma Nitai Schreiber habitante de Sderot. "Uno puede vivir así un mes, tal vez seis, pero no ocho años. Hemos intentado diferentes opciones, incluida una tregua, pero no ha funcionado".
Según una encuesta publicada la semana pasada por el diario "Maariv", antes del comienzo de la invasión terrestre, más del 90 por ciento de los israelíes apoya la operación.
Fuente: DPA