Rector del Jewish Theological Seminary hasta junio 2006
Déjenme comenzar con una anécdota personal. Janucá siempre ha tenido un significado muy especial para mi familia y para mí. El 3 de noviembre de 1938 cumplí 3 años. Seis días después, en la nefasta noche de Kristallnacht, los nazis desataron su furia contra las sinagogas de Alemania, incluyendo la magnífica sinagoga románica de mi padre en Hanover. Uno más entre miles de otros judíos destacados, fue llevado a un campo de concentración, para ser liberado solo dos semanas más tarde, cuando parientes en Inglaterra consiguieron visa para todos nosotros, con la ayuda del Rabino Principal, José Hertz, a quien tal vez ubiquen mejor como Editor de "Jumash Hertz".
Teníamos planeado salir de Hamburgo el primer día de Janucá. Pero cuando la partida se retrasó, mis padres inmediatamente decidieron partir por avión. El dinero no importaba; de todas formas no podíamos llevárnoslo con nosotros. Mi único recuerdo de aquellos primeros y ominosos años de mi vida es ese viaje en avión, tan extraordinario como para quedar grabado en la mente de un niño tan pequeño. Lo que olvidé rápidamente, aunque desde entonces he cavilado mucho sobre ello, fue el impresionante hecho de que la familia Schorsch encendiera la primera vela de Janucá en Alemania y la segunda en Inglaterra. Para nosotros, Janucá se había convertido en una verdadera fiesta de redención personal.
Será por esto que cada Janucá, en la casa de mis padres, siempre cantábamos con gusto las cinco estrofas completas del "Maoz Tzur" (en mi casa cantamos además una sexta estrofa, añadida después). Si le pone un poquito más de atención este año, verá que el "Maoz Tzur" trata sobre el papel protector de Dios en la historia judía. Cada estrofa, excepto la primera, cuenta un ejemplo donde la intervención divina dio por terminada una historia de degradación judía nacional a manos de un poder hostil: egipcio, babilónico, persa y griego. La primera estrofa entona un ruego por la redención mesiánica, porque la interminable experiencia de ser víctimas por fin termine. Dados nuestros milagrosos escapes, es una canción que delata nuestra interpretación del destino judío.
Y sin embargo, no fue sino hasta muchos años después que aprendí, gracias a mi maestro y predecesor el profesor Gershon D. Cohen, que Janucá no conmemora un caso de persecución desde afuera, sino de auto-destrucción desde adentro. A su provocativa manera, él subrayaba que la tentación de la cultura griega escindió la comunidad judía en Israel. Un número cada vez mayor de judíos no sentía ningún escrúpulo ni remordimiento a la hora de adoptar las costumbres griegas. Para ellos, los deportes, la educación y la fe griegas no constituían amenaza alguna al judaísmo. Compraron el puesto de sumo sacerdote de manos de las autoridades sirias, y consiguieron la exoneración del gobierno por sus leyes ancestrales. Obtuvieron el permiso para construir un estadio deportivo y locales educativos para los griegos, dentro de los sagrados barrios de Jerusalem.
Toda esta disolución del judaísmo, y eliminación de los límites, constituía un anatema para los judíos tradicionales. No estaban dispuestos a dejar que el judaísmo fuera rehecho como un edredón de pedacitos, sin integridad ni coherencia. Cuando los minimalistas y helenizantes clamaron ante los sirios por más ayuda, la asimilación se convirtió en un problema de coerción. Fue en este punto cuando la familia de los asmoneos se unió con los tradicionalistas, con el fin de resistir tanto al enemigo doméstico como al extranjero. El tema en disputa en esta lucha eran los límites de la asimilación, una lectura de Janucá que no podría ser más relevante para la escena judía actual.
A la larga, la supervivencia judía no depende solamente del poder militar o la sagacidad política, ambas importantes, sino también de una decisión íntima que nace de la fe.