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Derechos humanos en el mundo árabe, por Esther Shabot



No obstante haberse cumplido ya 60 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, al revisar el grado de respeto a éstos en múltiples naciones no puede sino lamentarse que la situación sea todavía tan deficiente.

Apenas hace unos días el Instituto para Estudios de Derechos Humanos de El Cairo una de las más antiguas agrupaciones dedicadas a este tema en el mundo árabe acusó en su reporte anual a 12 gobiernos árabes en el Oriente Medio de silenciar las voces que intentan protestar por las innumerables violaciones a tales derechos.

Se señaló que en entornos en los que las tensiones sectarias van en aumento se registra una grave falta de independencia de los sistemas judiciales, lo mismo que de mecanismos de efectiva distribución del poder. La Liga Árabe, que agrupa a las 22 naciones árabes, fue criticada también por ser ahora, más que nunca, la expresión de tendencias autoritarias y por respaldar a regímenes abiertamente represivos como los de Sudán y Yemen.

El caso de Egipto concentró de manera especial la atención. Se acusó a este país de utilizar su influencia en varias organizaciones internacionales como en las Naciones Unidas, por ejemplo a fin de conjurar iniciativas de reforma en derechos humanos.

Casi al mismo tiempo, el régimen de Mubarak fue objeto de una severa crítica por Amnistía Internacional (AI) al ser acusado de usar una violencia excesiva en contra de inmigrantes ilegales la mayoría de ellos provenientes de Sudán quienes tratan de colarse hacia Israel pasando por Egipto.

De igual forma, AI exigió a las autoridades egipcias emprender una investigación que deslinde responsabilidades sobre los asesinatos recientes de cinco africanos en la frontera egipcia. Se trató de dos hombres y tres mujeres de Sudán, Eritrea y Costa de Marfil, quienes después de pagar cientos de dólares a traficantes que les prometieron introducirlos a Israel, fueron asesinados en incidentes separados cerca de la frontera entre Egipto y el Estado de Israel.

Cabe señalar que aunque parezca extraño por constituir Israel una nación demonizada en buena parte del mundo musulmán, aproximadamente 2800 personas, casi todas ellas oriundas de naciones africanas con gran presencia islámica, han entrado ilegalmente a Israel huyendo de situaciones de guerra y masacres, y en busca de trabajos y mejoría de sus condiciones de vida.

Desde otro flanco, el gobierno egipcio está siendo objeto de escrutinio. El viernes pasado la Cámara de Representantes en Washington votó a favor de retener 200 millones de dólares destinados originalmente a ayuda militar a El Cairo, hasta que se ponga un alto al contrabando de armas de Egipto a Gaza y cesen también los múltiples abusos que en el área de los derechos humanos se registran en este país árabe.

El caso egipcio constituye un ejemplo de la paradójica conducta que presentan muchos regímenes árabes catalogados como seculares. Se trata de sistemas de gobierno que, no obstante su repudio declarativo a las corrientes islamistas radicales que recurren al terrorismo como táctica preferencial para hacerse del poder, se muestran tolerantes y dubitativos cuando se trata de enfrentar a las cada vez más numerosas organizaciones que en el nombre de Alá actúan eficientemente para extender su influencia y avanzar en su programa de islamizar la vida pública en estas naciones.

En cambio, quienes de manera más intensa son víctimas de represiones violentas y silenciamientos, son los sectores reformistas y liberales, los defensores de los derechos humanos y en general los representantes de la prensa independiente cuyas voces críticas de ninguna manera son toleradas por las autoridades.

Atenazados entre, por un lado, fundamentalistas que presionan para elevar el estatus de la sharía o ley islámica en la vida nacional y, por otro, grupos e individuos que pugnan por una liberalización que democratice realmente las estructuras de poder, muchos regímenes árabes, como el egipcio, han optado por acallar y someter sin misericordia a estos últimos, dejando actuar en cambio a los primeros bajo el supuesto de que al hacer concesiones a los radicales se conseguirá apaciguarlos.

Por lo visto, antes que reformarse, aceptar las críticas y desconcentrar el poder, estos gobiernos han optado por suicidarse, ya que no otra cosa es esta paulatina claudicación ante la oleada de extremismo fundamentalista islámico que avanza con tanta fuerza en muchos espacios.

Fuente: EX online

 
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