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El último judío de Afganistán



Zabolon Simantov guarda y custodia la sinagoga que ha quedado abierta en Kabul y de la que es el único miembro y se presenta como el «último y único judío que queda en Afganistán».

Tocado con la clásica kipa, pero vestido con el tradicional salwar kamize afgano, este hombre regordete y parlanchín se acurruca contra la estufa de gas que calienta la pequeña habitación en la que recibe a las visitas que quieren ver la sinagoga.

No es difícil llegar a el, todos los vecinos en la céntrica Flower Street (calle de las flores) señalan a una casa blanca y azul cuando se les pregunta por el hogar del judío.

Situada en la segunda planta de una vivienda bien encalada, a la sinagoga se accede a través de unas escaleras con una barandilla decorada con estrellas de David. El templo fue inaugurado el 29 de marzo de 1966 y hasta hace poco tiempo Zabolon compartía la custodia con Isaac Levin, un rabino ya fallecido con el que le unía una profunda enemistad ya que Levin acusaba a Zabolon de haber vendido una antigua y valiosa Torah al extranjero en la época de los talibanes.

Hasta comienzos de los setenta quedaban veinte familias judías en Kabul, pero a raíz de la llegada de los soviéticos y las posteriores guerras la comunidad emigró a suelo israelí. Todos menos Zabolon.

Hoy sus ayudantes, musulmanes, son quienes le ayudan a conservar el lugar. «Estoy solo. No hay nadie más. Toda mi familia vive en Israel, pero yo no. Me quedo en Afganistán, y seré el guardián del templo hasta que muera».

«Aquí paso mi vida, entre libros. Sobre todo los sábados. No salgo de casa y son mis ayudantes los que hacen el trabajo de la casa». Las páginas están escritas en hebreo, idioma que Zabolon no habla, pero asegura «entender perfectamente».

El cuarto de las visitas está decorado con grandes fotografías de ex presidente Mohamed Najibulah, la persona que dirigió los destinos de Afganistán y que «aunque fuera comunista es con quien mejor hemos vivido nunca». Luego llegaron los muyahidines, «una pesadilla», los talibanes, «entonces me fui a Israel durante tres meses porque cerraron mi negocio de alfombras y toda mi familia se quedó allí».

Asegura no haber pedido nunca ayuda al estado de Israel ni a organizaciones judías, pero lamenta las condiciones en el que se encuentra una sinagoga que precisa reformas urgentes. Vive entre musulmanes y se siente bien, ahora no tiene problemas con sus vecinos y piensa que es todo un «ejemplo de convivencia».

En 1967 quedaban cuatro mil judíos en Afganistán, en 1969 había trescientos y en 1979 sólo treinta. Veintinueve años después sólo queda Zabolon.

Fuente: Diario Vasco

 
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