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La Vida de Mahoma: Una Verdad Inconveniente

Los Orígenes

Para comprender al Islam se deben comprender las duras circunstancias que rodearon su nacimiento. La Península Arábiga en tiempos de Mahoma (antes de 570 DC) era una región inhóspita y desolada que por el día sufría un sol abrasador y un calor opresivo, y por la noche un frío escalofriante. El crecimiento vegetativo era muy pequeño y los habitantes nómadas vivían entre rocas serradas y dunas de fina arena.

Mientras Europa y gran parte de Oriente Medio se encontraban en plena transición entre los imperios romano y bizantino, disfrutando de carreteras, canales de irrigación, acueductos, y una cultura que incluía la disquisición filosófica y el teatro, los árabes vivían vidas cortas y brutales agrupados en tribus belicosas y tenían muy poco que ofrecer al resto del mundo más allá de su propia existencia austera.

Esto explica la inherente hostilidad que muestra el Corán a la música y el arte. Hostilidad que ciertos extremistas, como los talibanes, se han tomado literalmente. Esta religión que no anima a la búsqueda del conocimiento fuera de ella misma ha sido descrita en ocasiones como “la religión que no ha producido nada sino religión”.

Un clima nada hospitalario protegió a la Península Arábiga de las conquistas y la influencia cultural, aunque los persas lograron imponer un lenguaje escrito a lo largo de las franjas costeras que será el origen del árabe. Ningún ejército extranjero consideró que mereciese le pena arrebatarles un puñado de ovejas y cabras a estos guerreros del desierto, de modo que el área se mantuvo notablemente aislada. Los árabes se perdieron el renacer del conocimiento que el resto del mundo había estado experimentando desde que resurgió la cultura griega, ya que dedicaban todas sus energías a la lucha diaria por la supervivencia contra otras tribus y con el despiadado entorno.

Para este pueblo la moralidad la dictaba únicamente la necesidad, y las obligaciones no se extendían fuera de los límites de la propia tribu. Ésta es una de las bases fundamentales de la actitud islámica hacia los no musulmanes, incluyendo el principio moral por el cual la ética de cualquier acto la determina únicamente si éste beneficia o no a los musulmanes.

En Arabia existían tradiciones paganas, particularmente entre los habitantes de centros comerciales tales como La Meca y Medina. La Kaaba, la estructura cúbica de La Meca que guarda una roca negra, era adorada por ciertas tribus mediante un ritual de circunvalación que fue posteriormente adoptado por los seguidores de Mahoma. Igualmente Alá era el nombre que se le había dado al dios-luna muchos siglos antes de los tiempos de Mahoma.

Mahoma crearía el Islam basándose en estas rudas prácticas paganas, así como en elementos teológicos básicos del Cristianismo y el Judaísmo, siempre de acuerdo a su propia (y a menudo imprecisa) comprensión de los mismos. Su errónea interpretación del Cristianismo, por ejemplo, se atribuye frecuentemente a una experiencia temprana con cultos heterodoxos y marginales de la región de Palestina.

Los Primeros Años en La Meca

Mahoma nació en La Meca alrededor del 570 DC. Creció como un
huérfano pobre en los márgenes de una sociedad controlada por jefes tribales y mercaderes. Trabajó para su tío como camellero. Aunque su tío disfrutaba de una cierta posición en la comunidad, Mahoma no ascendió en la escala social hasta los 25 años, cuando conoció a una viuda rica 15 años mayor que él y se casó con ella.

Tras haber conseguido una vida cómoda y el tiempo ocioso que proporciona la riqueza, Mahoma comenzaría a retirarse de vez en cuando para pasar períodos de meditación y contemplación. Un día, con unos cuarenta años de edad, le contó a su mujer que había sido visitado por el Arcángel San Gabriel. Así comenzó una serie de revelaciones que durarían hasta su muerte. El Corán se basa en las tradiciones orales de estas revelaciones. Los Hadices son unas colecciones de narraciones y hechos de la vida de Mahoma. La Suna es su supuesto modo de vida.

Con la influencia y el apoyo de su mujer, Mahoma comenzó a intentar convertir a los que lo rodeaban a su nueva religión –una amalgama de teología judeo-cristiana y tradiciones paganas que creció en complejidad con el paso del tiempo. Al principio hizo todo lo que pudo para alcanzar un compromiso entre sus enseñanzas y las creencias dominantes de los ancianos de la comunidad, como por ejemplo combinar y reunir sus trescientos ídolos bajo el nombre de “Alá”. Sin embargo esto no fue suficiente para evitar la animadversión de los jefes más influyentes de La Meca, que se burlaron de él señalando sus orígenes humildes en contraste con sus pretenciosas afirmaciones de ser un profeta.

Al principio Mahoma sólo tuvo éxito con sus amigos y parientes. Después de trece años, el “predicador callejero” sólo podía jactarse de haber conseguido unos 70 seguidores, que eran llamados los Musulmanes (sumisos).

Las relaciones con los habitantes de La Meca se volvieron especialmente agrias tras un episodio conocido como el de “los versos satánicos”. En éste, Mahoma se avino a reconocer a los dioses locales junto con Alá, lo que encantó a las gentes de La Meca que generosamente dieron la bienvenida a su nueva postura. Sin embargo Mahoma cambió pronto de parecer tras comprobar que su propia gente comenzaba a perder su fe en él. Alegó que Satán había hablado a través de su cuerpo y retiró su reconocimiento a los dioses de La Meca.

Los habitantes locales intensificaron entonces sus burlas hacia los musulmanes haciéndoles la vida imposible. Aunque hoy en día los mahometanos utilizan a menudo la palabra “persecución” para describir este calvario (de forma justificada, en ciertos casos) es importante hacer notar que ningún habitante de La Meca mató jamás a un musulmán durante este período, lo que es una fuente de vergüenza para los musulmanes dado que Mahoma fue el primero en emplear la fuerza letal… y en un período posterior, cuando era innecesario.

En consecuencia, las narraciones que pretenden ser comprensivas para con los sucesos de los primeros años en La Meca, suelen exagerar la lucha de los musulmanes con afirmaciones tales como que se encontraban “bajo una constante tortura”. Eso es en cualquier caso muy poco probable dado que la única musulmana que murió fue una anciana que “cayó prematuramente” a causa del estrés, no por una tortura física (la propia hija de Mahoma moriría de un modo similar por el acoso de los propios musulmanes poco después de la muerte de éste).

Los narradores y cineastas modernos (como los responsables de la película de 1976 The Message –en España: Mahoma el Mensajero de Dios) son conocidos por inventarse asesinatos ficticios de musulmanes en La Meca, ya sea para dramatizar su propia fábula o para dar una justificación a lo que siguió a continuación. Sin embargo la verdad es que el único musulmán cuya vida estuvo realmente en peligro fue Mahoma –y tan sólo después de trece años de predicar contra la religión dominante.

Mahoma huyó finalmente de La Meca a Medina en 622, un viaje conocido como la Héjira. Su pequeño grupo de seguidores se desplazó con él.

Medina y el Origen de la Yijad (Guerra Santa)

Resentido por el rechazo de su propia ciudad y de su tribu, fue en Medina donde el mensaje de Mahoma comenzó a hacerse más intolerante y despiadado –particularmente en la medida en que aumentaba su fuerza.

Para financiar sus esfuerzos por alcanzar el poder, Mahoma envió a sus seguidores a asaltar caravanas de La Meca durante los meses sagrados, cuando menos podrían esperarlo las víctimas. Recibió unas muy convenientes revelaciones que permitían a su gente asesinar y robar a caravaneros inocentes si era para servirle a él. Como consecuencia, los que lo rodeaban fueron desarrollando gradualmente su codicia por los bienes que podían obtenerse como botín de guerra, incluyendo comodidades materiales y mujeres y niños esclavos.

A menudo los cautivos capturados tras la batalla serían conducidos ante el auto-proclamado profeta, en cuya presencia suplicarían por sus vidas arguyendo, por ejemplo, que nunca habían tratado a los musulmanes del modo del que se les acusaba. Los Hadices son muy claros en este punto y presentan a un Mahoma inconmovible por las súplicas que ordena sus muertes de igual manera, frecuentemente mediante horribles métodos. En una ocasión ordena el asesinato de un hombre mientras le dice que “el fuego del infierno” será el que se encargue de su hija huérfana.

Los ataques contra las caravanas precedieron a la primera gran batalla en la que tomó parte un ejército musulmán, la Batalla de Badr. Los mecanos habían enviado su ejército a este lugar para proteger sus caravanas de los merodeadores musulmanes. Aunque los sumisos de hoy gustan de afirmar que atacaron tan sólo en defensa propia, resulta evidente que las cosas no ocurrieron de ese modo en aquel entonces. De hecho, Mahoma se vio obligado a espolear a sus reticentes guerreros con la promesa del Paraíso y dándoles garantías de que su religión era más importante que las vidas de los demás.

La Consolidación del Poder

Mahoma derrotó al ejército de La Meca en Badr, lo que lo envalentonó para dividir y conquistar a las tres tribus judías de Medina, que habían cometido el error de aceptar su presencia aunque rechazando su carácter de profeta. Éstas tribus eran los Banu Qaynuqa, los Banu Nadir y los Banu Quyrayza. El modo en que cada tribu halló su destino resulta muy ilustrativo para comprender el funcionamiento de la mentalidad musulmana en sus relaciones con los no musulmanes.

Para intentar ganar su apoyo, Mahoma predicó por un breve espacio de tiempo que cristianos y judíos podrían alcanzar la salvación a través de su propia fe. De hecho, cambió la dirección de rezo de sus seguidores de La Meca a Jerusalén, lo que apuntaló la tolerancia de los judíos hacia su persona mientras trabajaba subrepticiamente para hacerse con el poder que le permitiera dominarlos. Con posterioridad, y dado que los judíos finalmente rechazaron su religión, revocó estas concesiones y enseñanzas iniciales. Los pocos versículos tempraneros que en el Corán hablan de tolerancia son abrogados por versos posteriores tales como el 9:29.

Los Qaynuqa fueron expulsados de sus hogares y de su tierra con el pretexto de que uno de los suyos había acosado a una mujer musulmana. Previamente el ofensor había muerto a manos de un musulmán, aunque este mismo musulmán sería asesinado posteriormente por los judíos en represalia por la primera muerte. Después de cercar a la comunidad entera y derrotar a esta tribu, Mahoma quiso dar muerte a todos sus miembros varones, pero fue disuadido por un compañero –algo que después le sería “reprochado” por Alá. Los Qaynuqa fueron forzados a exiliarse y los musulmanes se hicieron con sus bienes y posesiones, apropiándoselas. Mahoma se reservó para sí un quinto de todo lo robado.

Este episodio ayudó a enraizar dentro del Islam el inmaduro principio de la identidad de grupo, mediante el cual cualquier miembro de una religión o unidad social externa al Islam es tan culpable como aquel de sus compañeros que personalmente insulte o dañe a un musulmán –y tan merecedor de castigo como él. Y los castigos de Mahoma habitualmente no eran proporcionales al crimen cometido.

Los miembros de la segunda tribu, los Banu Nadir, fueron acusados de planear la muerte de Mahoma a pesar de que nadie perdió la vida en el asunto. Con esta excusa cercó su comunidad obligándolos a rendirse. Al igual que los Qaynuqa, estos medinenses autóctonos fueron expulsados de sus hogares y tierras por los advenedizos musulmanes, quienes retuvieron para sí todo cuanto pudieron.

Sirva lo siguiente como ejemplo definitivo de cuál es la consideración del engaño dentro del Islam: un contingente superviviente de los Banu Nadir (dirigidos por Usayr ibn Zarim) fue engañado para dejar su fortaleza con la promesa de unas conversaciones de paz. Sin embargo el contingente de musulmanes enviado por Mahoma para escoltarlos los masacró con facilidad una vez las víctimas habían bajado la guardia.

La Masacre de los Qurayza

Para la época en que los Banu Qurayza encontraron su destino, Mahoma era rico y poderoso como resultado de su derrota de las otras dos tribus.

Los judíos de los Banu Qurayza probaron la cólera de Mahoma después de que una parte de los mismos apoyara, no con mucho entusiasmo, a los ejércitos de La Meca durante el sitio de Medina (la Batalla de la Zanja). Presumiblemente los que adoptaron esta postura estaban intentando evitar los designios que Mahoma albergaba en su contra tras haber visto lo que había hecho al resto de judíos.

Aunque posteriormente se rindieron de forma pacífica a los musulmanes, Mahoma determinó que todos los hombres de la tribu debían ser ejecutados junto con cada chico que hubiera alcanzado las primeras fases de la pubertad (entre los doce y catorce años). Hizo que se cavara una fosa en las afueras de la ciudad y que las víctimas fueran llevadas allí en varios grupos. A cada uno se lo obligó a arrodillarse para después ser decapitado y arrojado a la zanja junto con su cabeza.

Entre 700 y 900 hombres y niños fueron masacrados por los musulmanes tras haberse rendido.

Los niños supervivientes se transformaron en siervos de los musulmanes, y las viudas en esclavas sexuales de los asesinos de sus maridos. Incluida una chica judía, Reihana, que se convirtió en una de las concubinas personales de Mahoma la misma noche que su marido fue asesinado. Aparentemente el Profeta del Islam “disfrutó de sus encantos” (esto es, la violó) mientras la ejecución de su pueblo estaba teniendo lugar.

Las mujeres eran en gran medida como cualquier otra posesión obtenida en una batalla, y sus captores podían hacer con ellas cualquier cosa que les placiese. Mahoma ordenó que una quinta parte las mismas le fueran reservadas a él, muchas de las cuales se convirtieron en sus esclavas sexuales junto con sus doce esposas. A algunas las repartió entre otros como una limosna.

En un determinado momento tras una batalla, Mahoma dio instrucciones acerca de cómo debía violarse a las mujeres capturadas, explicándoles a sus hombres que no debían preocuparse por practicar el coitus interruptus dado que “Alá ha escrito quien va a ser creado”.

Siguiendo a la batalla contra los Hunain, en una época posterior de la vida de Mahoma., sus hombres se mostraron reticentes a violar a las mujeres capturadas delante de sus maridos (quienes al parecer seguían vivos para ser testigos de esta abominación). Sin embargo, Alá fue al rescate otorgándole a Mahoma una oportuna “revelación” que lo permitía. (Éste es el origen de la sura 4:24 según Abu Dawud 2150).

El Origen del Imperialismo Islámico

Las tribus que rodeaban a los musulmanes comenzaron a convertirse al Islam buscando su supervivencia. Los que no lo hicieron fueron progresivamente derrotados por las armas siguiendo un patrón que se convirtió en el esquema para el establecimiento exitoso del Islam como religión mundial. Típicamente la confianza del enemigo se ganaba mediante medidas no intrusivas por las cuales los musulmanes se insertaban a sí mismos en el seno de una comunidad extranjera, profesando respeto por las tradiciones locales y sus estructuras políticas. Al comenzar a ganar poder, sin embargo, dividían las lealtades y ejercían violencia para adquirir así la supremacía local.

Las excusas para las campañas militares comenzaron a desaparecer hasta prácticamente no existir en absoluto. Mahoma explicó a sus seguidores que los musulmanes estaban destinados a dominar otros pueblos, lo que aparentemente fue la fuerza impulsora que alentó la Yijad.

La demostración más contundente de lo anterior es la conquista brutal del pueblo de Khaybar, una pacífica comunidad campesina que no estaba en guerra con los musulmanes. A pesar de lo anterior, Mahoma marchó contra ellos cogiéndolos por sorpresa y derrotándolos fácilmente. Mató a muchos de los hombres simplemente por haber defendido su ciudad y esclavizó a las mujeres y los niños.

Mahoma sospechó entonces que el tesorero de la ciudad se guardaba algo, e hizo que sus hombres torturaran bárbaramente al pobre tipo encendiendo una hoguera sobre su pecho, hasta que finalmente éste reveló la localización del tesoro escondido. Posteriormente, el Profeta del Islam lo decapitó y “se casó” con su mujer el mismo día en que ésta se había convertido en viuda (primero la obligaron a pasar por las manos de uno de sus lugartenientes). Dado que el padre de la mujer también había sido asesinado por Mahoma no es muy exagerado decir que el amor verdadero tuvo muy poco que ver con esta “boda”.

Una Vida de Hedonismo y Narcisismo

La vida personal de Mahoma se convirtió en un cuadro de hedonismo y exceso, todo ello justificado por frecuentes “revelaciones”.

Este hombre, que previamente había justificado a lo largo de su carrera su condición de profeta diciendo que él “no buscaba recompensa” de otros, cambió de discurso y comenzó a demandar un quinto de todo botín tomado a las tribus conquistadas. De acuerdo a sus biógrafos desarrolló una importante obesidad mientras vivía de su enorme parte de esos bienes tan mal adquiridos.

En un lapso de doce años se casó con once mujeres y se hizo con una auténtica colección de esclavas sexuales. Cuando quería una mujer, incluso aunque fuera la esposa de otro hombre, su propia nuera, o una niña de seis años, era capaz de justificar su lujuria y la consumación obligatoria con una apelación a un deseo revelado por Alá relacionado con su vida sexual –deseo que fue preservado en el Corán, a partir de entonces y para siempre, con objeto de que fuera fielmente memorizado por unas futuras generaciones para las que no tiene relevancia posible.

(Seguramente para el musulmán sincero debe de ser una fuente de vergüenza el que Alá tuviese, de forma tan evidente, más interés en la vida sexual de Mahoma que en la tolerancia. También existen muchos más versos que abogan por “combatir por la causa de Alá” que los que hablan de mostrar amor por la gente. Asimismo Alá también anima a practicar el sexo con esclavos).

Mahoma también hizo ejecutar a sus críticos, incluyendo poetas. Una de ellos fue una madre de cinco niños que fue apuñalada hasta la muerte por un sicario de Mahoma tras serle arrancado de su pecho un bebé al que amamantaba. Otros inocentes fueron asesinados simplemente porque eran de una religión diferente.

El doble rasero del Islam, que hoy resulta tan reconocible, fue sembrado por su Profeta durante su vida. Un ejemplo sería la muerte de Um Kirfa, una mujer de mediana edad que tuvo la mala suerte de ser la tía de un caudillo tribal que atacó una de las caravanas de Mahoma (de modo similar a como Mahoma asaltaba otras).

Sin darse cuenta de la evidente ironía, Mahoma no se tomó muy bien el haber sufrido lo mismo que él había estado haciendo a los no musulmanes. Hizo que las piernas de la mujer fueran atadas separadamente a un par de camellos para entonces lanzarlos en direcciones opuestas desgarrando el cuerpo de la mujer en dos. También asesinó a sus dos jóvenes hijos –presumiblemente de alguna forma horripilante.

Los musulmanes de hoy han heredado este legado de egoísmo e indiferencia para con los que están fuera de la fe. Pueden estar de acuerdo o no con los ataques terroristas contra los no musulmanes, pero están prácticamente unidos en su creencia de que las víctimas no tienen derecho a contraatacar, incluso aunque sea en defensa propia.

La Toma de La Meca

Aunque muchas de las tribus árabes y judías fueron eliminadas y absorbidas mediante la victoria militar y la conversión forzosa, la ciudad de La Meca requería un tipo de estrategia diferente.

En 628, seis años después de su huida, se permitió a los seguidores de Mahoma volver a entrar en la ciudad gracias a un acuerdo por el cual éste prescindía de su título de “Profeta de Alá”. Se trataba de una estratagema temporal que le permitió ganar un punto de apoyo político dentro de la ciudad mediante las mismas actividades de “quinta columna” que todavía hoy son empleadas por organizaciones como el Consejo de Relaciones Islámico-Americanas (Council on American Islamic Relations o CAIR), que usan el lenguaje de tolerancia religiosa de su anfitrión para disfrazar una agenda ulterior. Una agenda que incluye la discriminación sistemática contra los no musulmanes.

Que Mahoma hiciera concesiones a los mecanos decepcionó a muchos de sus seguidores, que no comprendían que esto encajaba perfectamente con sus objetivos finales de dominación. Fue durante esta época cuando condujo la campaña contra los Khaybar para mitigar sus ansias de sangre y pillaje.

Técnicamente, Mahoma fue el primero en romper el tratado con los mecanos cuando violó la parte que le impedía aceptar miembros de otra tribu dentro de su campo. Aunque no tenía la obligación de hacerlo, el Profeta del Islam obligó a la otra parte a ceñirse estrictamente a la letra de la ley, particularmente después de que amasase un poder de conquista aplastante.

La excusa que finalmente empleó Mahoma para introducir sus ejércitos en La Meca le vino dada cuando una tribu aliada de los mecanos realizó una incursión contra una tribu aliada con los medinenses. A pesar de que un auténtico hombre de paz habría considerado que su enemigo no quería la guerra, y habría usado medios no violentos para resolver la tensión respetando su soberanía, Mahoma únicamente quería poder y venganza.

Éste se convirtió en el patrón de la espectacular expansión del Islam que siguió a la muerte de Mahoma. Los musulmanes conquistarían una región y firmarían “tratados de paz” con sus nuevos vecinos. Entonces, y una vez que se sintiesen confiados en su fuerza militar, buscarían una excusa para provocar un conflicto y renovar la agresión.

Siguiendo a la rendición de La Meca, Mahoma hizo matar a aquellos que previamente lo habían insultado. Una de las personas sentenciadas fue su anterior amanuense, quien había escrito las revelaciones que Mahoma sostenía que provenían de Alá. Este escriba había recomendado en el pasado hacer unos cambios en el estilo que indicaba Mahoma (basándose en la mala gramática y en el lenguaje tan poco elocuente que usaba Alá). El “profeta” se mostró de acuerdo, provocando que el escriba apostatara dado que, en su opinión, unas revelaciones reales deberían haber sido inmutables.

Aunque el amanuense escapó de la muerte “convirtiéndose al Islam” a punta de espada, otros no tuvieron tanta suerte. Uno de ellos fue una joven esclava que fue ejecutada por orden de Mahoma porque había escrito canciones mofándose de él.

En lo que también se convertiría en el modelo para futuras conquistas militares musulmanas, a aquellos mecanos que no se convirtieron al Islam se les exigió que pagasen un impuesto (la jizya) y que aceptasen una condición de ciudadanos de tercera clase. De forma nada sorprendente, casi toda la ciudad –que previamente había rechazado su mensaje-“se convirtió” inmediatamente al Islam una vez que Mahoma hubo regresado espada en mano.

Hasta el día de hoy no se permite a gente de otras religiones el acceso a La Meca, la ciudad en la que Mahoma fue libre de predicar en contradicción con la religión establecida. El Islam es mucho menos tolerante que incluso las fes más primitivas a las que suplantó. Una persona que predicase el politeísmo árabe original en las calles de La Meca de hoy sería rápidamente ejecutada.

La Yijad y la Jizya

De forma elocuente Mahoma legó algunos de los versos más violentos del Corán siguiendo a su ascensión al poder, cuando no existía ninguna amenaza para los musulmanes. La novena sura del Corán exhorta a los mahometanos a hacer la Guerra Santa (Yijad) y dominar a otras religiones:

“Combate a aquellos que no creen en Alá, ni en el último día, ni prohiben lo que Alá y Su Mensajero han prohibido, ni siguen la religión de la verdad, salvo a aquellos que han recibido el Libro, hasta que paguen el tributo en reconocimiento de [nuestra] superioridad y de que ellos se encuentran en un estado de sometimiento” (9:29)

El verso que sigue al anterior maldice a los cristianos y judíos refiriéndose a ellos literalmente y dice que “puede que Alá los destruya” (al igual que en otras secciones del Corán no está claro si es Alá o Mahoma quien habla).

Mahoma ordenó que 30.000 hombres marchasen contra tierras cristianas (que en aquel momento eran bizantinas). Es posible que se creyese algunos falsos rumores acerca de un ejército formado en su contra, pero no existe ninguna evidencia en absoluto de que se hubiera reunido una fuerza tal. Sin embargo Mahoma sojuzgó a la población local y los extorsionó a cambio de protección –algo que ha llegado a ser conocido como la jizya (un impuesto que los no musulmanes deben pagar a los musulmanes).

Otro episodio de este período que ofrece un mejor entendimiento del legado de Mahoma es la conversión forzada de los Al-Hariz, una de las últimas tribus árabes en resistir contra la hegemonía musulmana. Mahoma concedió al jefe de la tribu tres días para aceptar el Islam antes de enviar su ejército a destruirlos.

Sorpresa: ¡todo aquel pueblo aceptó de inmediato la Religión de la Paz!

El Legado del Imperialismo Islámico

Mahoma murió de unas fiebres a la edad de 63 años, cuando su violenta religión estaba ya firmemente enraizada en tierras árabes. A través de sus enseñanzas sus seguidores contemplaron la vida mundial como una constante batalla física entre la Casa de la Paz (Dar al-Salaam) y la Casa de la Guerra (Dar al-Harb).

Durante los siguientes catorce siglos, el legado sangriento de este extraordinario individuo constituiría un desafío constante a quienes vivían en las fronteras del territorio bajo control del Islam. La violencia de los ejércitos musulmanes visitaría a diferentes pueblos a lo largo de Oriente Medio, el Norte de África, Europa y llegaría a penetrar en Asia hasta el subcontinente indio, en lo que es todo un tributo a su fundador, quien aprobaba la dominación, la violación, el asesinato y la conversión forzosa para propagar su religión.

En palabras de Mahoma: “Se me ha ordenado combatir a los pueblos hasta que digan: ‘Nadie tiene derecho a ser adorado sino Alá’. Y si tal dicen, si rezan con nuestras plegarias, si se postran de acuerdo a nuestra Qibla y matan como nosotros matamos, entonces su sangre y propiedades serán sagradas para nosotros y no nos inmiscuiremos en sus asuntos” (Bukhari 8:387)

Ciertamente ésta es la base no sólo para las modernas campañas de terrorismo contra los infieles occidentales (e hindúes y budistas) sino también para la amplia indiferencia que muestran los musulmanes de todo el mundo hacia esta violencia, lo cual es obviamente un factor facilitador de la misma.

Como afirmó recientemente Abu Bakar Bashir, un predicador indonesio: “si Occidente quiere tener paz, entonces deben aceptar la dominación islámica”.

Fuente: Islam: the religion of peace

 
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