EL MISTERIO DEL PAPA JUDÍO (del Site de Jabad de Argentina)
Durante el año 1086 el trono papal permaneció vacante. Luego fue elegido un nuevo Papa, que tomó el nombre de Víctor III. De su origen, nada se sabía. Después de un breve reinado de dos años, desapareció misteriosamente.
El relato que comienza acredita la creencia, bien difundida, de que este Papa fue aquel que se llamó “el Papa judío”.
La antigua ciudad de Mainz, a orillas del Rhin, era célebre por los grandes y santos Rabinos que allí vivían. Hace alrededor de 900 años, residía allí un joven erudito en Talmud y poeta religioso, que adquirió gran notoriedad, tanto por su piedad y erudición, cuanto por sus poemas religiosos. Se llamaba RabíShimón Hagadol (el Grande).
Cierto día en que se encontraba concentrado en la composición de un nuevo poema, se le acercó silenciosamente su hijo Eljanan, de cuatro años y miró el papel que se hallaba sobre el escritorio.
—¡Oh, papá! —exclamó el pequeño— ¡has escrito mi nombre al comienzo de este poema!
—Sí, querido; este poema comienza con las palabras: El Janan Najalató que significan: “Di-s está lleno de gracia para con sus hijos”. Fíjate, cada judío tiene parte en la herencia de Di-s, y cuando uno de nosotros se aparta de su camino, es decir, cuando se aleja de la vida religiosa judía. Di-s en Su gran misericordia hacia Sus hijos, los ayuda a retornar.
Los ojos del pequeño se llenaron de lágrimas. —Jamás me apartaré del camino. Nunca me alejaré de Di-s-, dijo con determinación. Y repitiendo varias veces en voz alta las tres primeras palabras del poema, salió de la habitación.
Días más tarde, el pequeño Eljanan cayó gravemente enfermo, tenía fiebre muy alta y apenas respiraba: estaba cerca del estado de coma.
De vez en cuando abría los ojos, pero no reconocía a nadie. Cayó luego en un estado de somnolencia, durante el cual deliraba. A veces repetía las palabras ElJanan Najalató y una sonrisa iluminaba su rostro. Sus padres lloraban y rogaban con fervor por su restablecimiento.
También Margarita, la doméstica cristiana, lloraba, pues amaba a ese niño que, estando sano, era tan bello e inteligente. Sólo lamentaba que fuera judío y guardaba la esperanza de convertirlo algún día al cristianismo. Por eso, el pensamiento de que pudiera morir siendo judío, le atormentaba. Decidió entonces que, si el niño recobraba la salud, lo raptaría para llevarlo a un monasterio que ella conocía y donde crecería como un buen cristiano.
Se acercaba la festividad de Pesaj y Rabi Shimon ayunaba y oraba para que su hijo bien amado recuperase la salud, pudiendo así participar del Séder (ceremonia y cena ritual de la primera y segunda noche de Pesaj) con el resto de la familia. El milagro se produjo: como respuesta a sus ruegos, comenzó a mejorar el pequeño Eljanan.
Llegó la noche del Séder. El niño aún estaba débil como para participar en él, pero para que, al menos, asistiese a la cena, su cama fue transportada al comedor. Con voz apenas audible pudo hacer las
Cuatro Preguntas. Los ojos de sus padres se llenaron de lágrimas, esta vez lágrimas de gratitud y alegría. El niño estaba finalmente en vías de curación. Al día siguiente, el padre y la madre fueron a la Sinagoga, dejando al niño a Margarita. Al término de las oraciones regresaron, constatando desesperados que el pequeño Eljanán y la doméstica habían desaparecido.
Presa de gran inquietud, Rabí Shimón partió en su búsqueda. Fue de puerta en puerta haciendo la misma pregunta: —¿Alguien vio a mi hijo o a la doméstica? En todas partes fue recibido con sincera simpatía, pero nadie había visto al niño ni a la mucama. Margarita había llevado al niño al monasterio, donde era esperado, ya que el Superior estaba al tanto del plan de la doméstica y había ayudado a realizarlo. Había una cama preparada para el niño; débil como estaba, había tomado frío durante el viaje y lo atacó una fiebre tan elevada como al comienzo de su enfermedad. Nuevamente se temía por su vida, pero Margarita lo cuidó con devoción y se curó.
La recaída fue tan seria como consecuencia de ella perdió la memoria. Olvidó totalmente que era judío. Un monje se ocupó de su educación, dándole lecciones diarias de la Biblia y preparándolo para entrar en la orden religiosa.
Eljanan, o más precisamente Félix (pues este era el nombre que se le dio) sería un monje como los demás del monasterio. Muy bien dotado para el estudio, no tenía dieciocho años cuando ya sabia todo lo que el monje le podía enseñar.
Entonces fue enviado a Roma para realizar estudios superiores. Ascendió todos los escalones que llevaban a los más altos cargos eclesiásticos. El Papa Gregorio VII lo nombró obispo, luego cardenal.
Con frecuencia lo envió como representante del Papado para misiones diplomáticas. Un año después de la muerte de Gregorio VII (lejos de Roma combatiendo contra el emperador Enrique IV de Alemania) el cardenal Félix fue elegido Papa. Tomó el nombre de Víctor III.
Un pensamiento no dejaba de atormentarlo: quiénes eran sus padres. Celosamente fue guardado el secreto de su rapto y de sus padres judíos. Le hicieron creer que siendo pequeño, fue abandonado por su madre en la puerta del monasterio.
Cuando era cardenal trató de preguntar sobre el tema en el mismo monasterio en que había crecido. Todo lo que pudo saber es que el viejo monje Tomás, el único que podía darle más informaciones, ya había muerto. Hizo otras tentativas, tan infructuosas como la anterior. Terminó resignándose; renuncio a toda esperanza de conocer su origen.
Cierto día, el Papa Victor III recibió una petición del Rabino de Mainz acompañada de su urgente pedido de audiencia; el motivo de la misma era un decreto tan cruel como injusto, contra la comunidad judía.
Bondadoso por naturaleza y con un gran sentimiento de justicia el Papa acordó de inmediato esa audiencia. El día fijado, el anciano Rabino deMainz y otros dos dirigentes de la comunidad, se presentaron ante Víctor III. El Rabino habló de la calamidad que sufrían sus correligionarios, perseguidos por el obispo local por la única razón de ser judíos. El Papa se sintió muy conmovido por el tono sincero del Rabino, quedando profundamente impresionado por sus ojos negros y penetrantes, su rostro patriarcal y su larga barba plateada. Prometió hacer anular el decreto del obispo y enviarle una advertencia para que cambiase de actitud respecto de la colectividad judía de Mainz . Finalizada la audiencia y antes que la delegación se despidiera del Papa, éste le pidió al Rabino que volviese al día siguiente a verlo.
El anciano Rabino se presentó siendo cálidamente recibido por el Papa. Entablaron un animado diálogo sobre temas que apasionaban a ambos; parecían viejos amigos, y no dos personas que se habían conocido en la víspera. El Rabino quedó sorprendido al constatar cuánto sabia su interlocutor acerca de la Biblia, hebreo e historia judía. Este, por su parte, demostró mucho interés por la vida y por las actividades espirituales del Rabino. Al enterarse de que, aparte de sus estudios, su ocupación favorita era componer poemas religiosos, el Papa le pidió que le mostrase algunos.
Notó repentinamente tristeza en el rostro del Rabino.
—Cada vez que me siento en mi escritorio para componer un poema, una herida mal cicatrizada se reabre en mi corazón. No puedo dejar de recordar un poema que compuse hace mucho para un hijo que me raptaron cuando tenía cuatro años...
Los ojos del Rabino se llenaron de lágrimas, que rodaron luego sobre su barba plateada. El Papa se sintió muy conmovido.
—¿Puedo ver ese poema? —le pidió con tono de gran simpatía.
El Rabino le tendió un rollito de pergamino viejo y descolorido.
—Es lo que más quiero en el mundo —dijo.
El Papa lo desenrolló cuidadosamente y leyó: “El Janan Najalató”. Repentinamente el pergamino se deslizó de sus dedos y rodó sobre la mesa. Se tornó pálido.
— ¡Padre, padre querido! —exclamó precipitándose a los brazos del anciano Rabino.
—Hijo mío?, hijo mío! —murmuró Rabí Shimón, notablemente emocionado. Luego se cubrió la cara con las manos, y agregó:
—¿Cómo puedo llamarte mi hijo ahora? No eres más mi hijo.
—¡Oh Padre, lo soy! ¿No me explicaste acaso, en los lejanos tiempos en que compusiste este poema, que Di-s está lleno de misericordia para con sus hijos, y que si un judío se aparta de su camino, Di-s con su gran amor hacia Sus hijos, lo ayuda a retornar a El?
—En efecto, son mis propias palabras. ¡Que bien lo recuerdas! Pero, ¿acaso también te recuerdas de tus palabras de ese día?
—Ahora recuerdo todo muy claramente. Perdí la memoria, no es mi culpa, padre.
Ahora que la he recobrado, puedo volver a ti. Todos los honores y las riquezas de la tierra nada significan para mi. ¡Quiero volver a ti, a mi pueblo, a Di-s!
Días más tarde los cardenales se reunieron en el Vaticano, pero el Papa estaba ausente. Lo esperaron en vano. Lo buscaron; había desaparecido. Jamás fueron hallados sus rastros.
Alguien dijo que había subido al cielo. Otro arriesgó que quizá se habla ido a vivir en el exilio y la pobreza para rescatar los pecados de los cristianos. A nadie se le ocurrió que el Papa abandonó su glorioso trono para reunirse con su pueblo, el perseguido pueblo judío.
Años más tarde, cuando su sucesor Urbano II emprendió la primera Cruzada en 1095, hordas fanáticas de Cruzados atacaron las comunidades judías de las orillas del Rhin, robando y matando sin piedad. Rabí Shimón de Mainz y su hijo Eljanan, que secretamente había retornado a la fe judía, se hallaban entre las victimas que murieron “Al Kidush Hashem” —por la Santificación del Nombre de Di-s.
Extraído de Maasé Abot, Relatos Jasídicos Editorial Bnei Sholem