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Un siglo despues se desvanece la utopía de los kibutz


En este 2009 de conmemoraciones redondas -20 años de la caída del Muro de Berlín, 70 del final de la Guerra Civil española y del comienzo de la Segunda Guerra Mundial-, se cumple el centenario de la instauración del primer kibutz.

Fue en 1909 cuando Aleph D. Gordon, uno de los ideólogos del sionismo, reunió a un grupo de pioneros para fundar en la entonces Palestina bajo administración otomana Deganya, la primera de estas comunidades, cuyo objetivo era conseguir el genuino sueño del socialismo: cada uno aportaría según sus capacidades y recibiría según sus necesidades.

Los kibutz se multiplicarían después por toda Palestina y, a raíz de la fundación del Estado de Israel en 1948, se convertirían en la divisa principal de un país en el que fuera posible demostrar que el paraíso en la tierra podía convertirse en realidad.

Decenas de miles de judíos y no judíos de todo el mundo convergieron sobre estas comunidades, atraidos por la utopía de un mundo en el que todas las necesidades estaban aparentemente cubiertas a cambio del trabajo que cada uno quisiese y pudiese aportar. Los kibutz pretendían colmar todas las necesidades de un ser humano: trabajo al aire libre, especialmente el destinado a extraer los frutos de la tierra, comidas, enseñanza, afectos y ceremonias siempre conjuntas y en comunidad, además claro está de una vivienda, separada para las parejas, con dormitorios colectivos para los solteros.

Esa formación colectiva cimentó el prestigio y la fuerza del Laborismo israelí, y también contribuyó de manera decisiva a que el Tsahal se nutriera de jóvenes convencidos no solo de la necesidad de defender a su país sino también de la bondad de un sistema de convivencia al que consideraban el más perfecto sobre la faz de la tierra.

De aquella utopía ya no queda prácticamente nada. El kibutz Deganya, situado en Galilea, acaba de ser privatizado como antes lo fueron los más de tres centenares de los que existían. Las pequeñas casas unifamiliares han sido privatizadas; cada individuo, cada familia trabaja en lo que quiere y puede, y cada uno administra su propia economía.

Queda, pues, lejos aquel sistema en el que la colectividad del kibutz decidía qué carrera universitaria debía emprender cada miembro, qué apartamento o bungalow se le asignaba, si éste podía disponer de receptor de radio o de televisor; qué trabajo agrícola o de enseñanza debía aportar a la comunidad y cuáles eran los menús y quién debía cocinarlos cada semana. Como muchos otros kibutz que aún llevan tal nombre, Deganya ha quedado reducido a ser una urbanización más, donde quedan algunos servicios colectivos residuales.

Fuente: Intelligence & Capital News

 
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